miércoles, 15 de febrero de 2017

Cornados navarros del siglo XVI.

Cornados navarros del siglo XVI. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 58(1096) (Abril, 2002): pp. 42-43.

Miguel Ibáñez Artica.


La denominación de “cornado” se introdujo en Navarra durante el reinado de Blanca y Juan (1425-1441), sustituyendo al antiguo “carlín blanco”, o dinero carlín de mejor ley que circuló en tiempos de Carlos II y Carlos III (1350-1425). Se da la circunstancia de que mientras el término “cornado”, fue pronto incorporado a las nuevas ordenanzas de las emisiones monetarias (en 1428), durante algunos años se siguió utilizando el término de dinero negro o prieto, para denominar lo que después sería el medio cornado (a partir de 1432).

El término “cornado” fue introducido en Castilla en tiempos de Sancho IV (1286), para designar una monedita de vellón donde figuraba la cabeza del rey “coronado”, de donde surgió la forma sincopada de “cornado”. Sin embargo, cuando esta palabra pasó a Navarra, ya había cambiado la figura que aparecía en la moneda, y durante el siglo XV los cornados navarros presentaron en el anverso una corona o las iniciales del monarca (Juan II, Carlos, Príncipe de Viana, Francisco Febo) o de los monarcas (Juan y Blanca, Juan y Catalina) con una corona, mientras que los medios cornados presentaban similares características, diferenciándose en que las iniciales van sin coronar. Como dato curioso el 95% de los 180.000 cornados y la totalidad de los 27.000 medios cornados acuñados a nombre de Francisco Febo, fueron fabricados durante los tres años posteriores a su fallecimiento.


Figura 1.- Cornados navarros del siglo XVI.

Tras la ocupación de Navarra por Fernando el Católico, una de las primeras solicitudes presentadas al nuevo monarca, es la de acuñar cornados y medios cornados, ante la escasez de moneda menuda.  La petición se refuerza y  justifica (como suele ser costumbre) con argumentos singulares: “por no haver moneda menuda muchos cessan de dar limosna”. Se autoriza su acuñación hasta un valor de once mil libras, y estos nuevos cornados imitan a las blancas emitidas en Castilla a partir de la pragmática de Medina del Campo de 13 de junio de 1497. En el anverso presentan una letra F coronada y la leyenda: D:G:R:NAVARRE:ET:A, mientras que el reverso mantiene la cruz con círculos entre los brazos y la leyenda: SIT NOMEN DOMINI, divisa característica de la moneda navarra desde tiempos medievales (Figura 2.1). Las diferentes emisiones presentan leyendas más o menos expandidas o abreviadas.

Una variante de este cornado, que presenta sendos armiños a los lados de la letra F coronada, y con leyenda: FERDINANDVS:D:G:RX, ha sido atribuida a Carlos I (IV de Navarra) en base al estilo moderno de las letras que aparecen en las leyendas (Figura 2.2).

En algún momento del prolongado reinado de Carlos I (1516-1558) se cambia el tipo de cornado, introduciendo un nuevo modelo que lleva las columnas de Hércules y la leyenda PLVS VLTRA (Figura 2.3), divisa del monarca documentada desde 1519. La primera emisión de estos cornados presenta en el anverso la leyenda horizontal PLVS VLT (con distintas variantes y separación por las columnas en formas diferentes: PL-VS-VL; PL-SVL-T...). Una segunda emisión, presenta la leyenda circular, rota ahora por la corona que supera las columnas, y entre ellas una gran letra P (Figura 2.4). La leyenda unas veces comienza en el extremo superior de la columna derecha y en otros casos en el inferior de la columna de la izda. El reverso de estos tipos monetarios presenta una letra N sin coronar, generalmente franqueada de equis o círculos, dentro de una gráfila de puntos, y con leyenda exterior SIT NOMEN DOMIN. Estos tipos de cornados con columnas fueron descritos por Heiss (1869), y mientras el primero se atribuyó a Carlos I, en el segundo, la letra P se interpretó como inicial de Philipvs, atribuyéndose a Felipe II (IV de Navarra). En realidad hemos de interpretar esta inicial como la marca de ceca de Pamplona. Probablemente esta emisión, iniciada en tiempos del monarca Carlos I, se prolongó durante los primeros años del reinado de Felipe II, hasta que en la cortes de Sangüesa de 1561 se solicita al rey “que en los cornados que se batiesen de aquí en adelante en este Reino, en la parte de las columnas se ponga como antiguamente una Cruz, y de la otra parte una N y encima de ella una corona”. Como vemos, la petición fue aceptada y se acuñaron estas monedas (Figura 2.5)  que son descritas por vez primera por Vidal Quadras (1892 nº 7543-7).

 El nuevo modelo de cornado tiene una vida relatívamente efímera, acuñándose entre 1561 y 1574, hasta que el 23 de julio de este último año, se dicta un mandato real que describe los nuevos tipos de cornados que deben acuñarse en el reino de Navarra (Figura 2.6): “... que solamente se labren algunas blancas para suplir la presente necessidad, y que sean de buena ley, en las quallas no sera menester poner ningunas letras, sino en la una parte una cifra de mi nombre, conforme a la muestra que se os embia con esta, que es como se pone en las de aca, (se refiere a las blancas de Felipe II con monograma y castillo) y de la otra parte las cadenas de Navarra, como suelen ponerse. De Madrid a veynte y tres de julio de mil y quinientos y setenta y cuatro años. Yo el Rey. Por mandato de su Magestad Juan Vazquez.”. Con fecha 14 de agosto, el maestro Mayor de la Casa de la Moneda autoriza que puedan batirse hasta seiscientos ducados de cornados “que los dichos cornados que se hubieren de batir en este reino, assi al presente como para adelante, hasta que su Magestad otra cosa provea y mande, de la una parte tengan una cifra, que diga Philipus, con una corona encima y de la otra las cadenas de Navarra sin la corona, a imitación de los que se baten en Castilla”.

Vemos pues perfectamente identificados estos cornados o blancas que fueron emitidos a partir de 1574. En 1597 se concede permiso de acuñar quinientos ducados de cornados, con el fin de disponer de moneda para repartir limosnas y desterrar la mala moneda francesa, que ante la carencia de moneda menuda, se introducía en Navarra.


Figura 2.- Principales tipos de cornados navarros acuñados en el siglo XVI.

Con pequeñas variaciones (aparición de una corona sobre el escudo de las cadenas en tiempos de Felipe II, aparición de las letras “P” y “A” como marcas de la ceca de Pamplona en tiempos de Felipe IV...), este modelo de cornado se mantendrá vigente en Navarra hasta finales del s. XVIII.


Los cornados navarros del siglo XVI, circularon en abundancia no sólo en Navarra, sino también en los reinos vecinos, especialmente en Castilla. Así por ejemplo dentro de la vecina provincia de Guipúzcoa, encontramos 139 ejemplares en Guetaria, 82 en Oyarzun, 21 en San Sebastián, así como numerosas monedas dispersas procedentes de diferentes excavaciones arqueológicas. Conviene señalar la importancia de estas modestas moneditas en las transacciones cotidianas, pues servían para adquirir los productos de escaso valor (pan, leche, verduras, vino...) en los mercados, además de su utilización en el recurrido argumento tantas veces esgrimido para solicitar su acuñación: dar limosna a los pobres.  


miércoles, 1 de febrero de 2017

Monedas tradicionales: Hachas de piedra ceremoniales.

Monedas tradicionales: Hachas de piedra ceremoniales. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 58(1098) (Junio, 2002): pp. 46-47.

Miguel Ibáñez Artica.


En los albores de un siglo XXI, donde el discutido fenómeno de la Globalización se extiende velozmente por todas las regiones de la Tierra, con la ayuda de los rápidos avances en el campo de las telecomunicaciones, y donde el moderno dinero electrónico, capaz de dar tres vueltas al Globo en un segundo, se propaga a gran velocidad en esa imparable red de relaciones y comunicaciones, todavía quedan algunos rincones del Planeta, donde se sigue utilizando como moneda diversos y variados objetos como conchas, hachas, colmillos de perro y cerdo, etc...

Las culturas que todavía utilizan en forma cotidiana estos objetos “premonetales” se encuentran en las antípodas, en el Pacífico Sur, y la región que presenta una mayor diversidad y complejidad en estos elementos es Papúa-Nueva Guinea. Este país, con una extensión algo menor que la de España, presenta una población muy heterogénea, donde por ejemplo existen más de setecientas lenguas diferentes, correspondientes a otras tantas culturas. Un denominador común a todas ellas es la utilización de las “monedas primitivas” como elemento fundamental en la “reproducción social”. Su sistema social se basa en un igualitarismo denominado por los antropólogos “bigman”, predecesor de los sistemas democráticos occidentales. Los melanesios utilizan diferentes modalidades de intercambios para crear diferentes tipos de relaciones y son estas formas de intercambio las que en definitiva crean y articulan la sociedad. Como resultado, los diferentes tipos de relaciones sociales se estructuran  por categorías discretas de intercambio.


Figura 1.- Hachas de piedra de Papúa-Nueva Guinea. En primer plano hacha ceremonial del Sepik medio y detrás hacha ceremonial de Highland.

En estas relaciones de intercambio, podemos diferenciar dos esferas o formas diferentes, la primera de tipo “comercial”, es establecida por el clan o grupo, con elementos externos a él, es el caso de los matrimonios, donde se paga un “precio de la novia” (brideprice), o las manufacturas producidas por la tribu, intercambiadas a veces mediante expediciones comerciales regionales. Estos tipos de relaciones de “compra/venta” tienen su denominación específica (por ejemplo entre los Rawa se denominan “urdiyoro”). Una segunda esfera se produce entre los individuos del mismo clan o tribu, donde se produce una redistribución de los elementos adquiridos en el exterior, esta segunda relación recibe la denominación de “no”.  En determinadas ceremonias, se reparten entre los individuos de la tribu conchas-moneda y hachas, de forma que la riqueza obtenida por elaboración propia o por intercambio con el exterior, se reparte y redistribuye entre los miembros del clan.


Figura 2.- Hachas ceremoniales de Highland y sello postal representando dicho elemento.

Las hachas de piedra, no muy diferentes de las utilizadas en Europa durante el Neolítico, constituyen un elemento importante en las relaciones de intercambio, y son utilizadas como moneda (en 1989, se encontró en el curso de un afluente del río Brazza, en Irian Jaya, una pequeña tribu cuya única actividad comercial con sus vecinos era la elaboración de estas preciadas hachas), se fabricaban fundamentalmente en la zona de Highland siendo transportadas e intercambiadas por monedas-concha en las zonas costeras y en los valles. Estas herramientas, constituían (y aún constituyen en muchas zonas) un elemento fundamental en la vida cotidiana (sirven para cortar y trabajar la madera, para la caza, para la guerra...). En algunos casos, las hachas se han transformado en verdaderos elementos ornamentales perdiendo su utilidad como herramientas y convirtiéndose en elementos de poder o riqueza exclusivamente (Figura 2). Este es el caso de las famosas hachas ceremoniales del noreste del monte Hagen (provincias Enga y Chimbú), en la región de Highland, (“tierra alta”), situada en la zona central de Papúa-Nueva Guinea, dominada por la mencionada montaña de 3.777 metros de altitud, que da nombre a la región. Esta zona fue descubierta casualmente en 1932 por los hermanos Leahi, buscadores de oro, y está poblada por un millón de habitantes distribuidos en numerosas tribus, los Dani, Kapauko, Hewa, Kaluli, Simbu, Chimbú, etc...


Figura 3.- Gran hacha ceremonial del monte Hagen de un metro de anchura (MAN 2009/159/125) y billete de dos kinas de Papúa.

El hacha ceremonial del monte Hagen (“kurugu”), debido a su histórico papel como “moneda” tradicional, figura en el actual billete de 2 kinas (la kina es la unidad monetaria de Papúa), y las hachas que todavía se elaboran en la actualidad son idénticas a las que se fabricaban antiguamente, si bien sus piedras son algo más frágiles. Son utilizadas para adquirir sal, aceites, cerdos, conchas y otros objetos de uso cotidiano, así como símbolo de prestigio social. Debido a su fragilidad no se usan en las labores cotidianas, salvo para la amputación de dedos en señal de duelo o en algunos combates privados, y se guardan y atesoran cuidadosamente almacenadas. Una variante de estas hachas son las utilizadas como “moneda” en las ceremonias matrimoniales, en este caso pueden alcanzar un tamaño descomunal, como el ejemplar que aparece en la fotografía (Figura 3).




domingo, 15 de enero de 2017

Anverso y Reverso de la moneda

Anverso y Reverso de la moneda. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 66(1184) (Abril, 2010): pp. 44-45.

Miguel Ibáñez Artica.



            Tradicionalmente se ha denominado “anverso” y “reverso” a las dos caras que presenta una moneda, términos importantes a la hora de describir y estudiar el material numismático. El problema surge a la hora de definir dichos conceptos que curiosamente están ausentes en algún importante glosario numismático como el de Mateu y Llopis (1966).

En primer lugar recurriremos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua donde hallaremos la siguiente definición:

Anverso: En las monedas y medallas, haz que se considera principal por llevar el busto de una persona o por otro motivo.

Reverso: En las monedas y medallas, haz opuesto al anverso.

Podemos observar una cierta vaguedad en esta definición, ya que faltaría por establecer cuál puede ser el motivo por el que consideremos a una de las caras como la principal (Figura 1).


Figura 1.- En las emisiones de blancas de Juan I de Castilla y León (1379-1390), encontramos en una cara de la moneda el cordero con la leyenda “AGNVS DEI QVITOLIS P”, y en la otra la letra “Y” coronada, y la continuación de la leyenda “ECATA MVNDI MISERE”.

Si atendemos a la leyenda, deberíamos considerar el anverso como la cara donde figura el inicio de la misma, pero la inicial de la autoridad emisora (la “Y” coronada) presenta en este caso prioridad, y el lado donde aparece, es el que debe ser considerado como anverso de la moneda.

La ausencia del nombre del monarca en la leyenda, que en su integridad es de tema religioso, ha motivado que alguna de estas piezas encontradas en Francia o Inglaterra, hayan sido interpretadas como jetones, dada su similitud con la serie francesa de “jetones del Agnus Dei” tan frecuentes en los siglos XIV y XV.

En otros diccionarios numismáticos podemos encontrar definiciones algo más completas, como por ejemplo en la excelente obra de H.F. Burzio “Diccionario de la Moneda Hispanoamericana” (Santiago de Chile, 1958):

Anverso: Cara o haz principal de las monedas y medallas, que es el lado que ostenta el busto del soberano o las armas distintivas del estado, o cualquier otro signo de autoridad de la que emana la moneda. La fijación como anverso de la cabeza o busto grabada en la moneda, es tan antigua como la misma y las primeras series griegas y romanas, que ostentan la efigie de sus divinidades o emperadores, sirvieron a los iniciadores de la ciencia numismática como patrón para su determinación, incorporándolo a su léxico.

A falta de cara principal o su especificación en la ley u ordenanza monetaria, se la determina mediante su leyenda, que en general es continua, fijando como anverso la cara de su comienzo. Este procedimiento es el que debe aplicarse en la amonedación hispanoamericana para evitar confusiones, en las series de tipo macuquina de los reinados de Felipe II a Carlos III, en las cuales la cruz cantonada de Jerusalén es reverso hasta Felipe IV y anverso a contar desde este reinado hasta el de Carlos III (Potosí).

Reverso: Haz opuesto al anverso, cuya impronta muestra el tipo secundario de la moneda o medalla. Las piezas primitivas sólo traen un hueco que correspondía a la forma de la herramienta del yunque que sujetaba a la moneda para inmovilizarla, a fin de que el acuñador pudiese cómodamente estampar a fuerza de golpes de maza o martillo, la figura del anverso.

El progreso de la técnica monetaria hizo que más tarde se grabasen en el reverso figuras mitológicas, alegorías, emblemas de la localidad que las batía, la cruz en los pueblos cristianos. Modernamente se reserva el campo de reverso para la indicación del valor.

Otro criterio, relacionado con el proceso de fabricación de la moneda, ha sido el de considerar como “anverso” la cara de la moneda impresa con el cuño fijo o inferior (pila), y “reverso” la fabricada con el superior o troquel (Figura 2). En las monedas acuñadas con la técnica denominada de “martillo”, el cospel se colocaba encima del cuño inferior que iba sujeto a una mesa, y encima se colocaba el troquel cilíndrico que era la pieza que recibía el martillazo. Por este motivo los troqueles duraban mucho menos que las pilas o cuños. Sabemos por la documentación conservada, que en Navarra, durante el reinado de Felipe V (VII de Navarra) con cada cuño de anverso se obtenían unas 40.000 monedas, y con cada troquel de reverso unas trece mil, de forma que el motivo principal o más complejo solía grabarse en el cuño fijo, ya que por cada pila o cuño inferior había que fabricar al menos tres troqueles (y en ocasiones hasta diez o más).



Figura 2.- Troquel y cuños fijos (“pilas”) para acuñar moneda.

Sin embargo, hemos podido comprobar como este criterio puede variar en pocos años. En la colección de cuños conservada en el Museo de Navarra, vemos como en las primeras emisiones de Carlos III (VI de Navarra), se grabó en el cuño móvil la cara de la moneda donde aparece el monograma y nombre del monarca, y en el cuño fijo el escudo con las cadenas y el año de emisión, pero a partir de 1784 la situación se invirtió, grabándose en el cuño fijo la cara del monograma y en el móvil el escudo. Con  lo cual la propuesta de denominar anverso a la cara grabada por el cuño fijo o pila y reverso a la correspondiente al troquel o cuño móvil, no constituye un criterio válido, y menos cuando en la mayoría de los casos ignoramos esta circunstancia.


Figura 3.- En las monedas ibéricas el nombre de la autoridad emisora (la ciudad que acuñó o para la que se acuñó la moneda), aparece en la cara tradicionalmente considerada como reverso. El busto del anverso probablemente simboliza la figura de algún héroe o deidad indígena, y en este caso su representación tiene prioridad a la hora de definir la cara del anverso.

Retomando la definición anterior en la que denominamos anverso a “el lado que ostenta el busto del soberano o las armas distintivas del estado, o cualquier otro signo de autoridad de la que emana la moneda”, o simplificando, la cara donde se representa la autoridad emisora de la moneda, podemos establecer una adecuada definición. Sin embargo este criterio plantea también numerosos problemas, por ejemplo en la moneda ibérica (Figura 3) el nombre del pueblo emisor aparece en el lado opuesto al busto, tradicionalmente denominado como reverso. También en algunas emisiones medievales, como en los gruesos de Carlos II de Navarra, el nombre del monarca aparece en el lado opuesto a la cara donde figura su busto frontal (Figura 4).


Figura 4.- Los “gruesos de busto” del monarca navarro Carlos II “el Malo”, presentan el nombre del rey (KROLVS DEI GR) en la cara donde aparece la cruz, siguiendo la costumbre de los gruesos torneses de Francia.


Establecer un criterio universal para definir los términos de anverso y reverso, en un período cronológico de más de 2.500 años y que abarque a todo el Planeta, resulta como vemos bastante complejo.


domingo, 1 de enero de 2017

El proceso de plateado de la moneda: técnicas de "forrado" y "blanqueo".

El proceso del plateado de la moneda (I): técnicas de “forrado” y (II): técnicas de “blanqueo”.  Artículos publicados en: Eco Filatélico y Numismático 65(1173) (abril, 2009): pp. 42-43 y 65(1174) (mayo, 2009): pp. 42-43.


Miguel Ibáñez Artica.

I.- Técnicas de “forrado”.

            Durante muchos siglos, y hasta relativamente hace poco tiempo, el valor de la moneda venía determinado por la cantidad de metal noble (oro o plata) que contenía. El problema surgía con las monedas de escaso valor, ya que si se fabricaban con plata pura, resultaban ser de un tamaño muy pequeño y poco manejables. La solución era entonces mezclar esta pequeña cantidad de plata con cobre, de forma que adquiría un tamaño más apropiado para su uso. Estas aleaciones de cobre y plata se han denominado vellón, término que deriva de la antigua palabra francesa “billon” o lingote. Cuando la proporción de plata es reducida se dice que son de “vellón bajo”, utilizándose el término de “vellón rico” para designar aquellas monedas con alto contenido en plata. Estas variadas emisiones fabricadas con una mezcla de cobre-plata en diferentes proporciones, se han dado desde la antigua Grecia hasta la época moderna, de forma casi ininterrumpida.


            Casi siempre el proceso ha sido el mismo, repitiéndose de forma intermitente a lo largo de toda la Historia de la Humanidad: al principio, en períodos de estabilidad política y económica, se realizan emisiones de buena calidad y con un alto contenido en plata, pero cuando las necesidades monetarias aumentan, -habitualmente debido a situaciones bélicas, donde constantemente se requieren más recursos económicos para pagar el salario de las tropas-, una de las soluciones consiste en acuñar monedas con menor cantidad de plata, pero manteniendo el mismo valor nominal. Así con la misma cantidad de metal precioso puede fabricarse un mayor número de monedas, aumentando a corto plazo la disponibilidad de recursos financieros, estas monedas suelen denominarse “de necesidad”, y en caso de prolongarse demasiado su vida, terminan desencadenando una desestabilizadora inflación. Lo cierto es que a simple vista resulta difícil determinar la cantidad de metal precioso en una moneda cuyo contenido en plata es superior al 50%, pero cuando descendemos de esta cifra, la pieza comienza a adquirir un color cobrizo cada vez más intenso, y con el tiempo se oscurece, de aquí que a estas monedas se las denomine “negras” o “prietas”. En ocasiones ambos tipos pueden llegar a convivir, por ejemplo los buenos “sanchetes” y los malos dineros torneses de Francia, en tiempos de Juana I de Navarra, o los dineros carlines blancos y negros, emitidos en Navarra en tiempos de Carlos II “el Malo”, pero lo habitual es que la moneda buena desaparezca rápidamente de la circulación al ser atesorada o fundida.

                En épocas de crisis, esta devaluación no resulta suficiente para conseguir los recursos económicos necesarios y entonces pasamos a una segunda fase que podríamos definir como la “falsificación legal de la moneda”. En algunos artículos anteriores(1)  comentamos algunos aspectos de estas falsificaciones “legales” y “fraudulentas”, y en ocasiones resulta complejo diferenciar si se trata de emisiones realizadas por la autoridad competente, o bien son obra de un anónimo delincuente falsificador. Nos centraremos ahora en describir las técnicas más utilizadas tanto por las autoridades emisoras como por falsificadores profesionales, para conseguir que una moneda elaborada a base de metal poco valioso (cobre o bronce) aparente ser de buena plata.


Figura 1.- Técnica de “forrado” en frio.

El cospel de cobre (a) se coloca sobre una fina lámina de plata (b) apoyada sobre una superficie que presenta un orificio del tamaño de la moneda (c). Con un primer golpe de martillo, el cospel se hunde en el hueco, entonces se coloca una segunda lámina de plata en la parte superior (d) y se golpea la pieza nuevamente, quedando el cospel de cobre completamente rodeado de una capa de plata.

                Se podría pensar que el método más sencillo sería sumergir el cospel de cobre en un baño de plata fundida, de esta forma la pieza quedaría recubierta del metal argénteo, sin embargo este sistema presenta dificultades al ser el punto de fusión de la plata superior al del cobre, de forma que éste se funde rápidamente al sumergirlo en plata líquida. Sin embargo los análisis metalográficos realizados en denarios romanos e ibéricos “forrados”, parecen apuntar en esta dirección. Primero se  fabricaba un cospel de cobre (mediante fundición), que una vez enfriado, se sumergía durante unos pocos segundos en un crisol con plata líquida, dejándolo posteriormente enfriar. Al alcanzar la temperatura de 779,4 ºC, se forma una mezcla de ambos metales que facilita la adherencia de la superficie de plata sobre el núcleo de cobre. Una vez elaborado el cospel “forrado” se procedía a la acuñación de la moneda.

                Una segunda técnica de “forrado” propuesta por algunos autores, consistiría en recubrir la moneda con una fina lámina de plata (Figura 1), para lo cual se coloca una primera capa “b” en la parte inferior del cospel “a” (disco de cobre sin acuñar), apoyada sobre una base horadada “c”. Con un primer golpe de martillo el cospel penetra en el hueco de la base, de forma que queda recubierto en su parte inferior y lateral por una capa de plata. A continuación se coloca otra lámina “d” en la parte superior, y nuevamente con un golpe de martillo, la pieza está ya preparada y completamente recubierta de una fina capa de plata. La posterior acuñación a martillo de estos cospeles producirá monedas “forradas”, aparentemente de plata, tal como se da frecuentemente en los denarios romanos. El adecuado calentamiento de los materiales utilizados para la fabricación de estas piezas, produciría una fina capa de fusión intermedia (eutéctica) con un 72% de plata y un 28% de cobre, mejorando la calidad de las monedas en el proceso de acuñación, y sobre todo requiriendo menor cantidad de plata, proporcionando por tanto mayores beneficios.


Figura 2.- Tetradracmas atenienses forrados de finales del s. V a.C.

                Estos métodos de “forrado” ya fueron utilizados en la Antigua Grecia y podemos encontrar tetradracmas atenienses de cobre forrados de plata, probablemente acuñaciones de emergencia realizadas durante la guerra del Peloponeso (Figura 2), incluso estos tipos monetarios tenían su propia denominación “Hypochalkos” en griego y “Subaeratus” en latín, ambos términos significan “bronce bajo”  en alusión a que estaban fabricados con metal de baja calidad (Figura 3).


Figura 3.- Denario “subaeratus” de Alejandro Severo (222-235 d.C.)

II.- Técnicas de “blanqueo”.

                Una técnica para conseguir el plateado de la moneda consiste en lo que habitualmente se denomina “blanqueo”. Incluso cuando se utiliza plata prácticamente pura, es frecuente que se forme una capa oscura de óxido (o sulfuro) en su zona más superficial, y para eliminarla, tradicionalmente se utilizaba una mezcla de sal común y tártaro de vino, es decir ácido tartárico, que actúa como reductor del óxido de plata a plata pura.

                Durante el siglo III de nuestra Era, en el Imperio Romano y como consecuencia de las profundas crisis experimentadas durante el período conocido como “Anarquía militar” (Ver artículo anterior del Eco Filatélico y Numismático “Los Antoninianos, una moneda romana muy frecuente”), se produjeron continuas devaluaciones de la moneda. Entre los años 253 y 268 d.C., el contenido de plata de los “antoniniamos” descendió desde el 30% hasta el 2%, y este hecho obligó a tratar los cospeles para mejorar su apariencia, a pesar de su ínfima calidad en contenido en plata.


Figura 4.- Técnica de “blanqueo”.
El cospel está formado por una mezcla de cobre y plata (a: líneas más claras). Al ser calentado, el cobre superficial se oxida (b: en color negro). Tras someter la pieza a un lavado con ácido, el óxido desaparece quedando en la superficie unas protuberancias de plata pura (c). Al acuñar la moneda, la presión recibida aplana estas protuberancias (d) que terminan por formar un recubrimiento homogéneo de plata sobre la superficie de la moneda (e). Con el tiempo, el cobre se oxida o mineraliza y aflora nuevamente a la superficie rompiendo la fina capa de plata (f).

                La técnica es relativamente sencilla (Figura 4), en primer lugar se calienta el cospel con el fin de oxidar la capa de cobre superficial (Figura 4b), a continuación se sumerge la pieza en un baño con ácido que disuelve los óxidos de cobre superficiales; como la plata menos alterada que el cobre resiste mejor y no se disuelve, se genera una microtextura superficial donde sobresalen pequeñas protuberancias de plata (Figura 4d). Seguidamente se procede a la acuñación, y con la presión de los cuños, dichas protuberancias, que cubren superficialmente el cospel, son aplastadas, formando una fina superficie continua de plata que recubre completamente la moneda (Figura 4e), mejorando considerablemente su apariencia externa, aunque con el tiempo las nuevas oxidaciones y sales de cobre rompen la fina capa de plata que las recubre y afloran a la superficie (Figura 4f). Este método fue sistemáticamente utilizado en la Edad Media formando parte rutinaria del proceso de fabricación de la moneda de vellón, que también en esta época sufrió fuertes crisis. Así por ejemplo hacia el año 1100 se produjo una importante devaluación del dinero jaqués, que perdió un 77% de su contenido en plata en apenas treinta años.

                Mientras las técnicas comentadas de “forrado” y “blanqueo” con ácido fueron utilizadas tanto por falsarios como por las autoridades legales en el proceso de fabricación de la moneda, existen otros métodos que podemos atribuir en exclusiva a los falsificadores de moneda, este es el caso del amalgamamiento con mercurio, técnica que comenzó a ser utilizada en joyería en el siglo II de nuestra Era con el fin de recubrir ciertos objetos con una fina capa de oro o plata.


Figura 5.- Amalgamamiento con mercurio.
La moneda acuñada en cobre (a) se reviste de una amalgama de mercurio y plata (b). Al calentar el mercurio se evapora (c), quedando la pieza recubierta por una fina capa de plata con restos de mercurio (d).

                Este método se utilizó para fabricar dirhams hispano-árabes y dineros cristianos falsos, primero se acuñaban las monedas en cobre, y posteriormente se recubrían con una pasta formada por una mezcla de mercurio y plata (amalgama), después las monedas se colocaban sobre un recipiente plano con forma de sartén y se introducían en el horno, el calor producía la evaporación del mercurio, y tras una sencilla limpieza, el resultado era el de unas monedas más plateadas y brillantes que las auténticas (Figura 5). Esta técnica deja restos de mercurio en la fina capa de plata superficial, mercurio que puede ser perfectamente detectado en la actualidad mediante técnicas analíticas adecuadas (microscopía electrónica de barrido). Probablemente las numerosas falsificaciones de dineros jaqueses realizadas en los siglos XI y XII bajo los monarcas Sancho Ramírez, Pedro I y Alfonso el Batallador, contarían con la colaboración y conocimientos de falsificadores musulmanes expertos en alquimia, que venían utilizando este método para fabricar dirhams falsos (Figura 6). En la actualidad el plateado o dorado de objetos metálicos se consigue con facilidad mediante baños electrolíticos, que frecuentemente se usan también para recubrir múltiples elementos de uso cotidiano con metales resistentes a la oxidación producida en el ambiente, mediante procesos como el niquelado, cromado o cadmiado.


Figura 6.- Monedas plateadas hispanoárabes y cristianas, obtenidas por la técnica de amalgamamiento con mercurio.


Bibliografía:

Feliu Ortega, M.J., D. López, J. Martín & S. Rovira, 1994. Técnicas de fabricación de monedas forradas de plata: nuevos datos para la polémica. Nvmisma 234: 21-45.

Ibáñez, M., G. Rosado & J.C. García, 1996. Falsificaciones de Sancho V Ramirez de Pamplona y Aragón (1064-1094). Gaceta Numismática 124: 25-34.

Kraft, G., 2005. Chemisch-Analytische Charakterisierung römischer Silbermünzen. Tesis manuscrita. Univ. Darmstad. 112 pp.



jueves, 15 de diciembre de 2016

Monedas de madera: los "wooden nickels" americanos.

Monedas de madera: los “wooden nickels” americanos. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 60(1121) (julio/agosto, 2004): pp. 46-47.

Miguel Ibáñez Artica.

Las “monedas” de madera más populares en la actualidad, son los llamados “wooden nickels” americanos, que si bien en su origen (durante la recesión de los años treinta) tuvieron una función económica y monetaria, en la actualidad desempeñan un papel estrictamente publicitario y propagandístico.

Dentro del amplio campo del coleccionismo numismático, existe una sección que se ocupa de objetos monetiformes, que aunque no son verdaderas monedas, en ocasiones han llegado a funcionar como tales. Esta sección conocida como “exonumia”(1) agrupa una amplia gama de objetos como jetones, fichas o tokens de cooperativas, municipios, casinos, servicios públicos o privados, etc...

Entre estos últimos objetos cabe destacar, por su importancia en los Estados Unidos y Canadá, los denominados “wooden nickels” (2), o fichas de madera impresas, que tienen múltiples funciones y constituyen un amplio y económico campo del coleccionismo, contando con numerosas asociaciones, clubs y publicaciones especializadas sobre el tema. Estas curiosas “monedas” se “inventaron” durante la crisis económica de los años treinta. En diciembre de 1931, y ante la quiebra del banco de Tenino (Washington), los comerciantes  hicieron billetes de 25 céntimos, uno, cinco y diez dólares sobre finas láminas de madera que imitaban a los billetes de curso legal, imprimiéndose por un total de 11.582,50 dólares. Estos billetes de necesidad fueron avalados por la cámara de comercio local, funcionando como moneda durante algún tiempo, y pronto atrajeron la atención e interés de los coleccionistas. De hecho, el que se imprimieran sobre madera fue una casualidad, ya que en un principio estaba previsto fabricarlos en papel, pero una industria local realizó una prueba sobre una fina lámina de madera, que al final se adoptó para fabricar esta moneda de necesidad. Se realizaron emisiones en diciembre de 1931, febrero, marzo, abril, junio, julio y agosto de 1932 y en enero de 1933 (Figura 1).


Figura 1.- Primeros “Wooden nickels” emitidos como moneda en Tenino (Washington) en 1931 y primeras piezas circulares “acuñadas” en 1933 en Chicago.

Esta medida fue imitada en otros lugares, y así al quebrar el banco de Blaine en 1933, se comenzaron a imprimir piezas de 25 céntimos sobre discos de madera redondos, imitando las populares monedas denominadas “nickels” por el metal con el que se fabricaban. Así surgió la denominación de “wooden nickels” o monedas de madera. Muchas otras poblaciones siguieron su ejemplo emitiendo estas monedas “de necesidad” sobre un soporte de madera, unas veces con forma rectangular -como los billetes de madera impresos en Tenino-, y otras veces dándoles forma redondeada a imitación de los de Blaine, modelo que en la actualidad es el más utilizado.

En fecha temprana, estas piezas se utilizaron también como elementos publicitarios en determinados eventos, así en 1933 durante la celebración del “Siglo del Progreso” en Chicago, se utilizaron estos “wooden nickels” como elemento propagandístico, y las comunidades locales encontraron una sencilla fórmula, que permitía a la vez hacer propaganda de los actos y celebraciones populares, y recolectar fondos para las mismas. Las fichas sirven como recuerdo de las ceremonias y se adquieren a cambio de una módica cantidad de dinero considerada como un donativo. 


Figura 2.- “Wooden nickels” publicitarios y conmemorativos. Entre ellos, uno de propaganda de Sos del Rey Católico, primer “wooden nickel” o “wooden euro” europeo.

En la actualidad estas “monedas” ya no cumplen su objetivo original de ser alternativa y sustituto de la “moneda legal”, pero desde los grandes empresarios hasta los políticos, desde las universidades hasta los pequeños comerciantes, incluyendo también a los particulares, una gran cantidad de personas utilizan estas “monedas” de madera para hacer publicidad de sus comercios, en forma de vales de descuento en la compra de algún artículo, vales de consumición en restaurantes, bares y cafeterías, como propaganda electoral (y también para desprestigiar al candidato oponente), para anunciar y financiar fiestas universitarias, como recuerdo de bodas, bautizos y aniversarios, como publicidad de conocidas marcas de refrescos, asociaciones de protección de la naturaleza, conjuntos musicales, felicitaciones navideñas, y en general para cualquier tipo de celebración, tanto pública como privada. Muchas de estas piezas presentan los tipos de la tradicional moneda de cinco céntimos denominada “buffalo nickel” que lleva en un lado la cara de un indio y en el otro la figura de un búfalo.

Existen en Estados Unidos numerosas empresas que se dedican a fabricar estos “wooden nickels”, siendo la más antigua la “Old Time Wooden Nickle Co.” de San Antonio (Texas), que viene fabricándolos desde 1948 y en la actualidad produce una media de unos cinco millones de piezas al año.


Figura 3.- Primer “wooden nickel” europeo, fabricado en Tejas.

 (1)   La palabra “Exonumia” fue creada por R. Rulau en 1960.  Autor bien conocido por sus trabajos sobre los “tokens” americanos, es autor de numerosos libros como “United States Tokens 1700-1900”, “Latin American Tokens”, “Early American Tokens” etc...


(2) La denominación “wooden nickel” es una antinomia (dos enunciados contradictorios sobre un objeto, con la fundamentación lógica convincente por igual) derivada de la utilización de la palabra “nickel” como sinónimo de la moneda americana de poco valor acuñada en ese metal, generando el oxímoron: “níquel de madera”.

jueves, 1 de diciembre de 2016

El record mundial de inflación: Hungría tras la segunda Guerra Mundial.

El record mundial de inflación: Hungría tras la segunda Guerra Mundial. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 60(1119) (Mayo, 2004): pp. 46-47.

Miguel Ibáñez Artica.

En un artículo anterior señalamos la existencia de monedas y billetes con valores millonarios -incluso de billones de marcos- emitidos durante la gran inflación que se produjo en Alemania tras la primera guerra mundial (Figura 1) y que sorprendió por su magnitud a los economistas de la época. Mientras en 1919 un dólar USA equivalía a ocho marcos, en noviembre de 1923, el cambio había ascendido a más de cuatro billones (europeos*) de marcos por dólar.


Figura 1.- Monedas y billetes inflacionistas de Alemania tras la I Guerra Mundial.

Situaciones parecidas a ésta, han sido relativamente frecuentes en la historia económica reciente, y a lo largo del siglo veinte han experimentado hiperinflación países tan diversos como Argentina, Bolivia, Nicaragua, Perú, Alemania, Grecia, Turquía, Zaire (Congo), China, Rusia, Polonia, Rumanía, Bielorrusia,  Georgia, Ucrania y Yugoslavia. En todos ellos se han emitido billetes con valores millonarios, pero con muy poca capacidad adquisitiva a pesar del elevado número de ceros que aparece impreso en los mismos.

Si bien resulta bastante conocido el caso de Alemania tras la primera Guerra Mundial, el record en este tipo de inflación ha pasado más desapercibido en la bibliografía especializada. Tuvo lugar en Hungría tras la segunda Guerra Mundial; así, mientras en julio de 1945 un dólar equivalía a 100 pengos (el pengo era la unidad monetaria de este país), un año más tarde (julio de 1946) un dólar equivalía a una astronómica cifra de veinticinco dígitos (¡6 cuatrillones de pengos!). Las causas de esta descontrolada inflación hay que buscarlas en las desastrosas consecuencias del conflicto bélico. A pesar de que en un principio el país pretendió quedar fuera de la contienda, fue invadido por las tropas alemanas, que actuaron como auténticos depredadores, saqueando sus reservas bancarias y  dejándolo  totalmente arruinado. Tras la guerra, y con un gobierno comunista, se produjo la inflación más espectacular que se conoce en la historia económica del Planeta. La moneda oficial, el “pengo” sufrió tal descalabro(**) que en noviembre de 1945 fue necesario emitir billetes de uno y diez millones de pengos (Pick, 122 y 123), y en marzo del año siguiente de cien, y mil millones de pengos (Pick, 124 y 125). En abril de 1946, comenzó a circular como unidad monetaria el millón de pengos (denominado “milpengo”) y en los meses siguientes se imprimieron billetes de diez mil y cien mil milpengos, así como de uno, diez, cien y mil millones de milpengos (es decir de billones de pengos)  (Pick, 126 a 131). En junio nuevamente se cambió el nombre de la unidad monetaria, que pasó a ser el billón de pengos (“billpengo o “B-pengo”), emitiéndose billetes de diez mil, cien mil, uno, diez, cien y mil billones de pengos (Pick, 132 a 137).

Simultáneamente se  creó una nueva moneda, el “adopengo” (con un valor de 1 adopengo = 2 trillones de pengos), en un intento de frenar la desbocada inflación, pero las medidas fallaron y volvieron a fabricarse billetes de uno, diez y cien millones de adopengos (Pick, 140 a 142). En este momento el billete de cien millones de adopengos equivalía a 2004000.0003000.0002000.0001000.000, es decir doscientos cuatrillones de los antiguos pengos (Figura 2). Cuando se puso fin a la escalada inflacionista en julio de 1946, se creó una nueva moneda, el “forint”, con una equivalencia de 1 forint=  Cuatrocientos mil cuatrillones de pengos (4 x 1029, ¡un número muy superior al número de Avogadro!, casi un millón de veces el número de moléculas que contiene un mol).


Figura 2.- A la izquierda, billete de un millón de adopengos, a la derecha, de diez millones de adopengos, y en el centro, cien millones, equivalente a doscientos cuatrillones de pengos, la cifra record en un billete.

Llegados a estas cifras, resulta muy difícil racionalizarlas y compararlas con algo que nos pueda resultar familiar. Podemos hacer un pequeño ejercicio matemático y considerando que la moneda de un pengo tenía un diámetro de 23 mm., colocando en fila el número necesario de monedas equivalentes a un billete de cien millones de adopengos, tardaríamos cinco años viajando a la velocidad de la luz (300.000 Km. por segundo) en recorrer dicha hilera, o expresado de otra forma: con las monedas que equivaldrían a veinte de estos billetes, podríamos crear una hilera que recorrería nuestra Galaxia de un extremo a otro (Figura 3).


Figura 3.- Poniendo en fila las monedas de un pengo señaladas en unos pocos billetes, recorrerían la Galaxia de un extremo a otro.

Las magnitudes expresadas en estos billetes hiperinflacionarios son típicas de la astronomía (como las distancias entre estrellas o galaxias) o en la física de las partículas (cuando se trata de medir el número de átomos o moléculas contenidas en unos pocos gramos de materia), pero resulta increíble que en un proceso económico pueda darse una tasa de inflación de 1022 anual, que es lo que se produjo en Hungría en 1946. Al analizar mediante modelos matemáticos este proceso inflacionista (Mizuno et al., 2002) se encuentra que la relación entre los precios y el tiempo (expresado en días) sigue una ecuación exponencial doble, provocada por un fenómeno autocatalítico (de retroalimentación positiva) en lo que podríamos definir como una histeria colectiva incontrolada de subida de precios.
               
Bibliografía:

Bomberger, W.A. & G.E. Makinen, 1983. The Hungaryan Hyperinflation and Stabilization of 1945-1946. J. Polit. Economy 91(5): pp. 801-824.

Mizuno, T., M. Takayasu & H. Takayasu, 2002. The mechanism of double exponential growth  in hyper-inflation. Physica A: Statistical Mechanics and its Applications, 308 (1/4): pp: 411–419

Notas:

*             El billón europeo es un millón de millones, mientras que en Estados Unidos se denomina “billón” al “millardo”, es decir mil millones.

**           El desencadenante de la hiperinflación es la incontrolada subida de precios, que tiene como resultado inmediato la puesta en circulación de mayor cantidad de dinero para estabilizar la situación, con ello la moneda sufre una fuerte depreciación y se entra en un círculo vicioso (subida de precios-fabricación de más cantidad de moneda) imparable.