viernes, 31 de agosto de 2018

Dos historias paralelas contadas por las medallas.


Dos historias paralelas contadas por las medallas. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 77(1273) (Mayo 2018): pp. 49-51.

Miguel Ibáñez Artica.





            Entre las medallas conmemorativas resultan especialmente interesantes las que reflejan acontecimientos históricos de relevancia. Aunque en algunos casos pueden llegar a falsear la verdad (por ejemplo las medallas donde se refleja la rendición de Blas de Lezo ante el almirante Vernon(1)), en la mayoría de ocasiones son fieles testigos de los acontecimientos acaecidos.

            Este es el caso de las dos medallas que pasaremos a comentar,  que conmemoran respectivamente la “liberación” de las ciudades de Pamplona y San Sebastián en el transcurso de la Guerra de la Independencia. Se trata de los ejemplares de la colección producida por James Mudie en 1820 para celebrar los triunfos británicos en las guerras napoleónicas. Fueron fabricadas en Birminham en oro, plata y bronce como contraposición a las numerosas emisiones francesas que glorificaban las gestas napoleónicas, dándose la circunstancia de que estas medallas inglesas presentan el mismo módulo que las francesas, 41 mm, y además en muchos casos fueron obra de los mismos artistas franceses que poco antes se habían dedicado a glorificar la obra de Napoleón Bonaparte en las medallas.

La primera de ellas, que es el número 25 de la colección Mudie (Figura 1) muestra en el anverso el retrato del Mariscal de Campo Arthur Wellesley, primer duque de Wellington y en el reverso un soldado romano a caballo que recibe las llaves de la ciudad de Pamplona, representada por una figura femenina que le extiende los bazos ofreciéndole una llave en su mano derecha, con la leyenda en inglés “Inglaterra protege la ciudad de Pompeyo”, y en el exergo “Capitulación de Pamplona, octubre, el 31 de 1813”. Esta medalla fue realizada por el parisino N.G.A. Brenet y el suizo J.P. Droz.


Figura 1.- Medalla de la capitulación de Pamplona (Museo de Navarra: n. 14.522).

            La “conquista” de Pamplona, o más bien de la Ciudadela de Pamplona por las tropas francesas resulta una historia cuando menos curiosa. El 31 de diciembre de 1807 un ejército al mando del general D’Armagnac cruzó la frontera, para llegar a Pamplona el 8 de febrero. En teoría el objetivo era descansar en la ciudad para proseguir viaje hacia Portugal, si bien las instrucciones secretas del general francés eran las de ocupar la Ciudadela. D’Armagnac se entrevistó con el Virrey de Navarra,  Leopoldo de Gregorio y Paterno, Marqués de Vallesantoro, solicitando acantonar las tropas francesas en la Ciudadela, a lo que el Virrey se negó aduciendo que para ello tenía que recibir autorización de Madrid. Ante la negativa, se ideó un plan de ocupación del recinto fortificado, en la noche del 15 al 16 de febrero, un grupo de unos cien soldados franceses seleccionados, aparentemente desarmados se dirigieron hacia la puerta principal de la Ciudadela para recoger las raciones de pan que se les entregaban diariamente, y aprovechando que una blanca capa de nieve cubría el suelo, comenzaron a arrojar bolas de nieve a los soldados que custodiaban la Ciudadela, provocando a la guarnición, que comenzó a devolver las bolas de nieve a los franceses, y aprovechando los momentos de distensión producidos por esta singular “batalla”, un grupo de soldados franceses que portaban sus armas escondidas bajo los capotes, entraron y desarmaron a los vigilantes sin realizar un solo disparo. Así pues, podemos decir que la Ciudadela de Pamplona, una de las más impresionantes fortificaciones de la época, se conquistó con bolas de nieve.


Figura 2.-  En la documentación remitida por el Virrey de Navarra el 16 de febrero se indica “las críticas circunstancias del dia han sido el que se acuartelasen en esta plaza tropas francesas…”. En la imagen, la entrada principal de la Ciudadela de Pamplona.

            Casi seis años más tarde, el 31 de agosto de 1813, la situación había cambiado drásticamente, la guarnición francesa de 3.000 soldados al mando del gobernador francés de Pamplona Louis Pierre Jean Cassan, se encontraba sitiada en la Ciudadela por un ejército de más de 10.000 hombres al mando del mariscal donostiarra Enrique José O’Donnell. Tras las contundentes derrotas de las tropas francesas infringidas por el Duque de Wellington, primero en Vitoria (21 de junio) y un mes más tarde a las afueras de Pamplona, en Sorauren (25 de Julio) la suerte de los franceses que ocupaban la el recinto amurallado estaba decidida.

A pesar de todo, las tropas francesas resistieron dos meses el asedio, e incluso amenazaron con volar el recinto fortificado antes de rendirse, pero ante la repuesta de Wellington de que si lo hacían todos los oficiales serían ejecutados y los soldados diezmados, finalmente se produjo la capitulación el 31 de octubre, fecha que se recoge en la medalla.

            La segunda pieza corresponde a la liberación de la ciudad de San Sebastián y es la número 24 de la colección Mudie, obra de Thomas Webb, Peter Rouw y George Mills. En el anverso aparece el perfil de Thomas Graham barón de Lynedoch, a quien Wellington ordenó dirigir el asedio de San Sebastián (Figura 3).


Figura 3.- Medalla conmemorativa de la “liberación” de San Sebastián.

            Tras la derrota del ejército napoleónico en Vitoria el 21 de junio, y mientras el grueso de las tropas francesas cruzaba la frontera en retirada, el general Emmanuel Rey se hacía cargo de la ciudad al mando de un contingente de 2600 soldados que en julio fueron sitiados por el ejército de Wellington. Mientras el Duque dirigía las tropas españolas que contuvieron la ofensiva francesa en el río Bidasoa, el general Graham al mando de las tropas anglo-portuguesas conseguía romper las defensas de la ciudad por el lugar conocido actualmente como “La Brecha” el 31 de agosto de 1813 a las dos de la madrugada (Figura 4).


Figura 4.- Diorama de la conquista de San Sebastián, en el Museo del Real Regimiento Escocés en Edimburgo, y vista de la calle “31 de Agosto” de Donostia, la única que no fue incendiada al encontrarse en primera línea de fuego y servir de parapeto a las tropas atacantes.

            A pesar de que el general francés había ordenado la evacuación, varios miles de donostiarras permanecieron en la ciudad con la esperanza de ser liberados, pero tras irrumpir en la ciudad, y retirarse los franceses al castillo de la Mota en el monte Urgull, las tropas “libertadoras” se dedicaron al pillaje y al saqueo de la ciudad durante seis días y medio, asesinado indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños, de forma que el fatídico día del 31 de agosto, además de las casi 4.000 bajas que sufrió el ejército inglés en la contienda fallecieron asesinados más de un millar de civiles.

            Al anochecer se inició un voraz incendio provocado por los saqueadores que arrasó la ciudad, salvándose una treintena de casas de un total de 600, en la antigua calle de la Trinidad, rebautizada como “31 de agosto”, que no fueron incendiadas al encontrarse durante la primera semana de septiembre en primera línea de fuego, sirviendo de protección a las tropas atacantes de las balas de los franceses refugiados en el monte Urgull.

El teniente Matías de Lamadrid, testigo de los acontecimientos,  recoge en su diario: “Los excesos que cometieron los ingleses, como los portugueses, no tienen cuento, y jamás estas dos naciones se quitaron el horrible borrón que aquí echaron a sus glorias. Cual si la infeliz ciudad fuese de enemigos, los más implacables la saquearon cruelmente, mataron a varios de sus desdichados moradores, y por último la incendiaron, quedando esta hermosa población hecha ceniza, excepto unas 34 casas….. No hubo doncella, casada, ni niña que no experimentase su brutalidad. Y, en fin, ellos robaron, incendiaron e hicieron con esta ciudad amiga lo que apenas puede imaginarse hacible en la más contraria”. (2)


Figura 5.- “Cementerio de los ingleses” en el monte Urgull de San Sebastián.

            Tras dos meses de un duro asedio en el que el ejército sitiador tuvo miles de bajas, las tropas que se defendían en el castillo de la Mota se rindieron el 8 de septiembre, ese mismo día las autoridades municipales y vecinos supervivientes se reunían en el barrio de Zubieta para planificar la reconstrucción de la arrasada ciudad, y en diciembre ya se había constituido la Junta de Obras encargada de la tarea que concluiría 36 años más tarde, en 1849.


Figura 6.- Imágenes de los reversos de las medallas de Mudie: a.- liberación de Pamplona; b: liberación de San Sebastián; c.- Batalla de los Pirineos.

            Las medallas de Mudie reflejan muy bien los distintos escenarios, Pamplona con una imagen pacífica (Figura 6a), y San Sebastián, con una escena violenta (Figura 6b). La destrucción y saqueo de la ciudad fue consecuencia del duro asedio y feroz combate que tuvo lugar en los días previos, y que causó centenares de bajas en el ejército atacante, de forma que tras penetrar en la ciudad por la brecha abierta en las murallas, y replegadas las tropas francesas al castillo de Urgull, los soldados británicos y portugueses vertieron toda su ira en los pacíficos habitantes de la ciudad.

            Otra medalla de esta serie está dedicada a la batalla de los Pirineos, que tuvo lugar a finales de julio y comienzos de agosto de 1813, y que se libró en Roncesvalles y Maya (25 de julio), Sorauren (28 de julio) y Echalar (2 de agosto) concluyendo con la derrota del mariscal Soul que había llegado con un importante ejército desde Francia en ayuda de las guarniciones de Pamplona y San Sebastián. En esta medalla el león británico que ha escalado el Pirineo ataca al águila napoleónica, destruyendo con sus fauces el huso de Júpiter (Figura 6c).

Notas:

(1) Las medallas de Blas de Lezo y el almirante Vernon. (Diciembre, 2003)  Eco Filatélico y Numismático 59 (1114): 42-43.

(2) Sánchez, J.L. (2009). Diario de un Oficial en la Guerra de Independencia (1813-1814). Región Editorial, Palencia: 140 pp.











sábado, 25 de agosto de 2018

Las escrituras cuneiforme y egipcia en las monedas.


Las escrituras cuneiforme y egipcia en las monedas. Los tipos de escritura más antiguos (cuneiforme y jeroglífico egipcio) y el más moderno (Braille) en las monedas. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 75(1289) (Noviembre 2019): pp. 56-58. 

Miguel Ibáñez Artica.



            En las monedas podemos encontrar muchos de los diferentes tipos de escritura utilizados en las diversas partes del Planeta durante los últimos cinco milenios, y en la actualidad circulan a lo largo de todo el Mundo monedas que presentan una veintena de alfabetos diferentes, lista que se incrementa si consideramos las utilizadas en tiempos pasados y que a fecha de hoy ya no se usan. Los dos primeros tipos de escritura empleados por el hombre fueron dos, en primer lugar el sistema cuneiforme, surgido en Mesopotamia hacia el 3.300 antes de nuestra Era, y que consistía en una serie de líneas con aspecto de cuña, grabadas sobre la arcilla con una fina madera biselada. Así como el alfabeto latino que utilizamos en occidente sirve para escribir en diferentes idiomas (español, francés, inglés, alemán, euskera....), la escritura cuneiforme fue utilizada para representar idiomas muy diferentes como el sumerio, acadio, elamita, hitita, persa... durante un largo período de tres milenios. 

En paralelo y en la misma época en que en la ciudad de Sumer aparecían los símbolos precursores del cuneiforme, surgía en Egipto la escritura jeroglífica. Mientas el origen de la escritura en Mesopotamia está relacionado con la necesidad de llevar la contabilidad de los bienes de templos y gobernantes (ganado, aceite, tejidos, armas...), la escritura jeroglífica surge en un contexto “mágico-religioso”, (la palabra jeroglífico deriva de los términos griegos “hieros”= sagrado y “glifo”= grabar) y resulta mucho más artística y sofisticada que la cuneiforme.

La escritura jeroglífica egipcia y la hierática, que es una simplificación de la anterior para ser utilizada en documentos (sobre papiro), eran conocidas por muy pocas personas especializadas en su lectura y escritura, los funcionarios reales o de los templos. Con el tiempo se desarrolló una forma más sencilla, denominada “demótica” por el historiador griego Herodoto en el s. V a.C., es decir una escritura empleada por la “gente común”, que era utilizada por muchas personas.

A pesar de que ambos tipos de estrituras, cuneiforme y egipcia, estuvieron vigentes durante más de tres mil años, apenas encontramos inscripciones con estos símbolos en las monedas, y tan solo aparecen en contadas ocasiones en las piezas que pasaremos a describir y comentar (Fig. 1).


Figura 1.- Monedas que presentan escrituras cuneiforme y egipcia (jeroglífica y demótica).

La escritura cuneiforme aparece representada exclusivamente en unas pequeñas monedas -cuartos de shekel-,  acuñadas en el territorio palestino de Samaria durante la segunda mitad del s. IV a.C. (Meshorer & Qedar 1999; nº. 129; Fig. 2). En el anverso de la moneda aparece un personaje sentado en un trono tañendo un arpa de cinco cuerdas, y bajo ella, dos símbolos cuneiformes y otro encima, así como otros tres símbolos bajo el arpa (Fig. 2a). Una segunda emisión (Fig. 2b) muestra un escudo bajo el arpa y unos pequeños símbolos cuneiformes (?) en la parte superior derecha. En el reverso de ambas piezas figura un hombre de pie que atraviesa con su lanza a un caballo.

Estas emisiones se produjeron en una época en que la región de Samaria estaba en la órbita del dominio persa, y los abridores de cuños que realizaron estas monedas estarían dirigidos por altos funcionarios de la administración del imperio, buenos conocedores de la escritura cuneiforme.



Figura 2.- Monedas acuñadas en Samaria (Palestina) en el s. IV a.C., con leyenda en escritura cuneiforme.

            Con respecto a las monedas que presentan escritura egipcia, también la situación es bastante excepcional. En primer lugar podemos citar una rarísima y valiosa moneda de oro, una estátera emitida por el faraón Nekht-har-hebi (Fig. 3a), cuyo nombre helenizado es  Nectanebo II, gobernante de la XXX dinastía -la última que tuvo reyes egipcios autóctonos-, y cuyo reinado se extendió entre el 359 y el 343 a.C. 



Figura 3.- Monedas con leyendas en escritura egipcia.
            a: Estátera de oro del faraón Nectanebo II (359-343 a.C.)
b: Tetradracma de plata acuñado en Egipto por Artajerjes III Oco (343-338 a.C.) con leyenda en demótico egipcio.

En el anverso aparece un caballo al galope y en el reverso  un collar pectoral “neweb” = oro, cruzado por una tráquea de la que cuelga un corazón, que significa “nefer” = bueno, de forma  que la representación jeroglífica de estos dos elementos juntos significa “oro bueno”.

Aunque tradicionalmente se considera que estas monedas de oro fueron acuñadas por el faraón para el pago de las tropas mercenarias griegas, hay que tener en cuenta que en esos momentos la inscripción jeroglífica solo podría haber sido leída como “oro bueno” por los escribas egipcios especializados en este tipo de escritura .

El faraón Nectanebo había derrocado a su tío Thakos para ocupar el trono, pero fue expulsado del mismo por los persas, tras de lo cual se refugió en Etiopía, y durante unos años aún mantuvo el control del Alto Egipto. Le sucedió en el trono el rey persa Artajerjes III quien también acuñó en Egipto monedas, en este caso tetradracmas de plata de imitación ateniense (Fig. 3b).

Lo más interesante de estas emisiones egipcias del monarca persa, es que llevan la inscripción “Pharaoh Artaxerxes” en escritura demótica al lado de la lechuza. Podemos interpretar esta leyenda como una respuesta a las emisiones de su antecesor Nektanebo II, quien como acabamos de comentar había utilizado símbolos jeroglíficos en sus monedas de oro. Las nuevas monedas acuñadas por el rey persa y faraón de Egipto, también destinadas al pago de las tropas mercenarias, llevaban la inscripción de “Faraón Artajerjes” con letras demóticas, un tipo de escritura que a diferencia de la jeroglífica (conocida por muy pocos), era de uso común entre la población. Así pues esta leyenda cumple también una finalidad de propaganda política, reconociendo al Gran Rey Artajerjes III como legítimo Faraón de Egipto.

El dominio de los reyes persas sobre Egipto fue muy efímero, ya que unos años más tarde, en el 332 a.C. todo el imperio aqueménida, incluido Egipto, era conquistado por Alejandro Magno, y en el 305 a.C. uno de sus generales, Ptolomeo Sóter, se convertía en el primer faraón de la dinastía ptolemáica que gobernaría Egipto hasta la conquista romana de Augusto en el año 30 a.C.

Durante los períodos helenístico y romano, las abundantes emisiones egipcias de monedas de oro, plata y bronce llevaron las inscripciones en idioma y alfabeto griego, y a partir de la conquista musulmana (639-646 d.C.) en árabe.


Figura 4.- Símbolos y dioses egipcios en monedas fenicias, griegas y romanas.
            a: Disco solar flanqueado por el “ureus” en trihemishekel de oro y en 1,5 estátera de plata acuñadas en Cartago durante la primera guerra púnica (264-241 a.C.); b: Busto frontal del dios Bes en óbolo acuñado en Samaria en el s. IV a.C.; c: Busto frontal de Bes en óbolo de Cilicia (s. V-IV a.C.); d: Representaciones del dios egipcio Bes en las monedas fenicias de plata y bronce de Ebusus (Ibiza); e: Esfinge portando la doble corona de Egipto en un shekel fenicio (450-410 a.C.); f: Esfinge alada en un áureo de Augusto acuñado en Pérgamo el 19-18 a.C.; g: Dios egipcio Tutu con aspecto de esfinge,  cola de serpiente, y sobresaliendo en su pecho la cabeza de un cocodrilo, en un dracma de bronce acuñado en Alejandría por Adriano en el 133/4 d.C.; h: Bustos enfrentados de Isis y Amón (Demeter-Zeus) en un dracma de bronce del emperador Adriano acuñado en Alejandría el 133/4 d.C.; i: Busto de Serapis-Pantheos, con calathus y cuerno de Amón en un dracma de bronce de Antonino Pío, acuñado en Alejandría el 141/2 d.C.

A pesar de que en numerosas monedas fenicias, griegas y romanas aparecen frecuentes alusiones a deidades y símbolos egipcios (Fig. 4), como la representación del dios Bes en las abundantes emisiones fenicias de Ebusus (Ibiza, la isla de Bes, Fig. 4d), la escritura egipcia está muy poco representada en las monedas y tras la conquista griega, fue este idioma y alfabeto el que se utilizó en las epigrafías monetales durante varios siglos.

             



Bibliografía:

Ibáñez, M., 2018. Los tipos de escritura más antiguos (cuneiforme y jeroglífico egipcio) y el más moderno (Braille) en las monedas. Gaceta Numismática, n. 195, pp. 111-121.




miércoles, 1 de agosto de 2018

Una exposición permanente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.


Una exposición permanente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 70(1232) (Septiembre 2014): pp. 50-51.

Miguel Ibáñez Artica.


            Tras seis largos años de obras, el Museo Arqueológico Nacional (MAN) abrió sus puertas el pasado mes de marzo (2014), resurgiendo completamente renovado cual mariposa que sale del letargo de la crisálida. La espera ha merecido la pena ya que se ha convertido en uno de los mejores y más didácticos museos de Arqueología del Planeta. Las más de 15.000 piezas seleccionadas y expuestas, se distribuyen en una docena de secciones, que van desde la Prehistoria hasta la Edad Moderna.

            En la entreplanta, y a lo largo de un pasillo, se exhibe la exposición que bajo el título de “La moneda, algo más que dinero” donde se presentan no solo las monedas metálicas convencionales, sino también una amplia serie de objetos y elementos utilizados como “moneda tradicional” en todas las regiones del Globo (Fig. 1).


Figura 1.- Diferencias y similitudes entre “dinero” y “moneda”.

            En una de las vitrinas se exponen conchas de cauri y algunos sofisticados objetos realizados con conchas marinas y utilizados como moneda incluso en la actualidad, como el “mwali” empleado en la ceremonia del “Kula” en la Melanesia (Fig. 2). Merece la pena destacar algunas valiosas piezas como la impresionante “moneda pluma” que se utilizaba en la Isla de Santa Cruz(1)  (Fig. 3), así como las constituidas por elementos naturales utilizados en en consumo humano (cacao, trigo, sal, -de donde deriva el término “salario”, etc…) (Fig. 4).

             

Figura 2.- Máscara africana de caurís y monedas-concha.


Figura 3.- “Moneda pluma” de la Isla de Santa Cruz y vitrinas de “premoneda”.


Figura 4.- Cacao usado en América precolonial; medio robo de trigo utilizado en Navarra como moneda, barra de sal de Etiopía (“amole”), piedra de Yap y collar africano.

A lo largo de varios paneles, y de forma didáctica, se exponen diferentes aspectos relacionados con las monedas, su proceso de fabricación, sus relaciones con el arte y el poder político, su utilización en el ámbito económico y social (“dinero de la novia” y “dinero de sangre”)(2), sus relaciones con los diferentes sistemas de pesos y medidas, los sistemas contables y la forma de realizar las operaciones aritméticas antes de la utilización del álgebra, etc… (Fig. 5). También se incluye un apartado sobre la utilización de la moneda en rituales funerarios como el conocido “óbolo de Caronte” y reproducciones de esculturas medievales que muestran el proceso de fabricación de la moneda (Fig. 6).  


Figura 5.-  El arte en la moneda, prensa de acuñación y propaganda política en la moneda.


Figura 6.- El “óbolo de Caronte”, monederos de piedra de Carrión de los Condes y tesoro de Gazteluberri.

            Además de esta amplia sección monográfica dedicada al dinero en todas sus formas, la moneda está presente en el resto de las salas. Merece la pena destacar por ejemplo el tesoro de  Gazteluberri, hallado en abril de 1960 en la localidad guipuzcoana que le da su nombre: dentro de un cencerro enterrado en la ladera de un monte, aparecieron 52 monedas de oro y plata acuñadas entre 1537 y 1556 que fueron ocultadas a finales del siglo XVI por algún ganadero o contrabandista de la zona(3) (Fig. 6). Finalmente no podemos dejar de mencionar que aquí podremos ver y disfrutar de las mejores y más valiosas piezas de la numismática española, desde la gran dobla de diez doblas de Pedro I de Castilla acuñada en Sevilla en 1360, las monedas de veinte y diez excelentes de los Reyes Católicos, y por supuesto, la pieza más espectacular, el “centén”  de 100 escudos de oro, con un diámetro de 7,5 cm. y un peso de 338 gramos. El ejemplar ahora expuesto, fue adquirido por el monarca Carlos III para su colección particular de monedas, y en 1842 se incorporó a la Biblioteca Nacional (precursora del actual Museo Arqueológico). Se da la circunstancia de que esta pieza, de la que solamente se emitieron siete ejemplares en la ceca de Segovia, es considerada como la moneda de oro más grande acuñada en Europa y la de más valor de las acuñadas en España a lo largo de toda su historia (Fig. 7).


Figura 7.- Las moneda de oro españolas de mayor tamaño.

Notas:




(3) Ver artículo: Navascues, J.M., 1967. El tesoro de Gazteluberri. Numario Hispanico 11: 93-114 + 8 láminas.