Falsificaciones e
imitaciones de monedas. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 61(1129)
(Abril, 2005): pp. 52-53.
Miguel Ibáñez Artica.
Las falsificaciones monetarias
son tan antiguas como la propia moneda y son bien conocidos los fraudes en las
acuñaciones desde tiempos muy remotos. El mismo Herodoto relata cómo Polícrates
de Samos, en el siglo VI a.C., engañó a los espartanos que sitiaban la ciudad
pagándoles con monedas forradas de oro, y no es raro ver monedas griegas,
persas y fenicias, que presentan un marcado corte en su superficie, realizado
en su momento por banqueros y comerciantes, para comprobar que no se trataba de
monedas falsas de cobre plateado. Uno de los ejemplos más curiosos, sobre el
que los investigadores de la numismática no se han puesto completamente de
acuerdo, es el de los denarios romanos republicanos forrados, monedas que
presentan un alma de cobre recubierta de una fina capa de plata y que se
fabricaron con profusión, al parecer utilizando los cuños oficiales. También
aparecen frecuentemente denarios ibéricos forrados en muchas de las cecas
hispanas (Bolscan, Bascunes, Sesars, Iltirta, Turiasu, Arsaos…).
Figura
1.- Denarios ibéricos forrados de
las cecas de Baskunes, Turiasu y Arsaos.
Probablemente la gran demanda de
plata necesaria para pagar a las tropas mercenarias que actuaron en los
diferentes conflictos peninsulares (como el enfrentamiento de los generales
romanos Sertorio y Pompeyo entre los años 80 y 72 a.C), propició que las cecas
oficiales, ante la escasez de metal precioso, optaran por fabricar monedas de
cobre forradas de plata para pagar a dichas tropas. Curiosamente existe una
variante de denarios republicanos que presenta los bordes recortados, son los
conocidos como denarios “serrati”, y se ha interpretado que la fabricación de
estas monedas respondería a la necesidad de demostrar que no estaban “rellenas”
de cobre. Paradójicamente, una gran proporción de estos denarios “serrati”, son
precisamente monedas forradas.
Figura
2.- “Serrati” y denarios romanos
forrados.
Se plantea la duda a la hora de
catalogar estas monedas como “falsas”, cuando realmente se acuñaron con toda
probabilidad por orden de las autoridades competentes y en las cecas oficiales.
Aparte de estas falsificaciones
que podrían considerarse “legales”, eran muy frecuentes los fraudes realizados
por falsarios, ya los códices de Teodosio (año 438 d.C.) y Justiniano (534
d.C.), así como el famoso edicto de Pistes (862 d.C.), se hacen eco de este
problema.
Pero antes de profundizar en
esta controvertida materia, conviene diferenciar varios matices en el concepto
de “falsificación”. Por una parte tenemos las falsificaciones “de época”, que
indiscutiblemente presentan un gran valor histórico y numismático, y que
constituyen el tema que seguidamente abordaremos. Por otra parte podemos citar
las copias o falsificaciones modernas de monedas antiguas, o piezas originales
retocadas y manipuladas con el fin de engañar al mercado del coleccionismo,
fraude o delito que en principio carece de interés numismático.
Con respecto a las monedas
falsas de época, también cabe distinguir dos categorías diferentes, en primer
lugar las “falsificaciones ilegales” realizadas por individuos que realizaban
acuñaciones sin la autorización preceptiva al margen de la ley (normalmente el
derecho de acuñación correspondía al rey o al correspondiente señor feudal),
pero también tenemos lo que podríamos calificar como “falsificaciones legales”
o imitaciones de otras monedas, realizadas con el consentimiento y autorización
de la autoridad competente (como es el caso de los denarios “forrados”
anteriormente comentados). Estas imitaciones, siguiendo el criterio establecido
por Ian Steward(1), pueden diferenciarse a su vez en dos categorías,
la de “copias” y las “adaptaciones” o
“derivados”.
Figura
3.-
a: Penique de Elteredo II
(Canterbury, 997-1003 d.C.); b: Imitación escandinava de la época.
Las “copias” en función de la
fidelidad con los modelos originales pueden ser agrupadas en tres clases, en la
primera se incluyen réplicas realizadas por monederos profesionales y son
difíciles de diferenciar de las auténticas, una segunda clase incluye piezas de
peor estilo, donde se reconoce la imitación y por último, un tercer grupo de
monedas más burdas, generalmente de estilo muy degenerado, donde se evidencia
con claridad que se trata de imitaciones. Entre las monedas del primer grupo
pueden citarse las abundantes copias de los peniques ingleses de los reyes
Eduardos realizadas en los Países Bajos, las imitaciones escandinavas de los de
Elteredo y Canuto (Figura 3) o los
gruesos torneses de Felipe III y IV de Francia, acuñados en el siglo XIII al
norte de Alemania. Estos tipos de copias son de buena ley y tienen el mismo
valor que las monedas originales, solían acuñarse para abastecer de moneda a
una población acostumbrada ya a la utilización de estos tipos foráneos o
incluso para competir con las cecas originales en el ámbito internacional de
circulación de monedas de buena calidad, estas monedas son difíciles de
diferenciar de las auténticas, incluso para los especialistas. Las piezas del
segundo y tercer grupo son más fácilmente distinguibles, suelen tener un ámbito
de circulación más restringido y acaban desapareciendo al poco tiempo. Dentro
de esta categoría podemos incluir las copias bárbaras de los denarios
republicanos acuñados en Panonia por las tribus celtas, o las frecuentes
imitaciones de la moneda de cobre tardorromana.
Figura 4.-
Imitaciones del senado romano (siglos XII-XIII) de la prestigiosa moneda de
Provins con “peineta”. Abajo, prototipo imitado del s. XI
Las “adaptaciones” copian los
tipos de las monedas originales y son muy frecuentes en las emisiones europeas
de los siglos XIII y XIV. En este caso, aunque se conservan los mismos motivos
y representaciones, se producen variaciones con respecto a las piezas
originales, como por ejemplo en las leyendas, que suelen hacer alusión al
monarca o autoridad que las emite. La inclusión de estas piezas dentro del
apartado de las “monedas falsas” dependerá de si estas imitaciones conservan la
calidad (ley, es decir contenido en metal precioso, y peso) de las monedas
imitadas(2).
Figura 5.-
a: Imitación del grueso con corona de Aimón, conde de
Savoya (1340-1343); b: prototipo imitado, el grueso con corona de Felipe VI de
Francia (1328-1350).
(1) Steward, I., 1983. Imitation in
later medieval coinage: the influence of Scottish types abroad. En:
“Studies in Numismatic Method presented to Philip Grierson. Cambridge: 302-325.
(2) En el
siguiente artículo sobre “Falsificaciones legales” se comentarán algunos
ejemplos.
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