viernes, 1 de abril de 2022

El dinero del mar III: Moluscos gasterópodos, escafópodos y cefalópodos.

 

El dinero del mar III: Moluscos gasterópodos, escafópodos y cefalópodos. Artículo publicado en “Eco filatélico y numismático” (Diciembre 2020) 76 (1301): pp. 45-47.

 

Miguel Ibáñez Artica


            Entre las numerosas “monedas concha” que han sido utilizadas a lo largo del tiempo en los cinco continentes, la más característica es el cauri. Precisamente las primeras “monedas” documentadas de la historia son precisamente unos pequeños caracolillos de las especies Monetaria moneta (L., 1758) (Fig. 1j) y Monetaria annulus (L., 1758) (Fig. 1k), utilizados en China desde al menos el segundo milenio antes de nuestra Era para pagar tributos o como compensaciones (1), llegando en época muy temprana a cumplir las funciones asignadas a la denominada “moneda económica” convencional. Así pues, la concha del cauri quedó identificada con el concepto de moneda, y el carácter chino (bei), que significa “dinero”, deriva de la figura esquematizada de dichos caracolillos. Las inscripciones del siglo IX antes de nuestra Era muestran que los cauris se consideraban ya como medida del valor de las cosas, y sus características de portabilidad, durabilidad y dificultad para ser falsificados propiciaron su uso monetario. Son frecuentes las observaciones realizadas por viajeros desde tiempos medievales, donde se señala el uso de conchas como auténticas monedas, el caso más conocido es la obra de Marco Polo (2), y de hecho, en la actualidad, las conchas de cauris siguen utilizándose como moneda en algunas regiones de África.


Figura 1.- Conchas de cauri chinas del segundo milenio antes de Cristo (a) y sus imitaciones en hueso (b), cuarcita (c), conchas recortadas (d), jade (e), madera (f), bronce (g) y bronce sobredorado (h), de estas últimas derivaron las monedas denominadas “cara de fantasma” o “moneda hormiga” (i). Monetaria moneta (j); Monetaria annulus (j); sellos postales con representaciones de caurís (l).

 

En el continente africano, desde antes de la llegada de los europeos, en el reino del Congo, se utilizaba como moneda un pequeño caracolillo de la especie Olivancillaria nana (Lamarck, 1811), denominado “n’zimbu”, sin embargo la moneda-concha más importante en África, ha sido el caurí. Hacia el año 1000, los árabes introdujeron caurís en el comercio transahariano, pero fue con la llegada de los europeos, cuando toneladas de pequeñas conchas inundaron el continente africano.

 

                  Disponemos de bastante información sobre el comercio de esclavos africanos, adquiridos con monedas-concha por los traficantes europeos. La primera fase de este comercio consistía en acudir a los centros productores de los caracolillos, en las islas Maldivas, al sur de la India,  después  (durante los siglos XVII al XIX), los caurís se transportaban a los puertos de Londres y Ámsterdam, donde eran subastados en sacos, siendo adquiridos por comerciantes ingleses, holandeses, portugueses, franceses e incluso daneses.

 

            Barcos cargados con sacos de caurís, se dirigían a la costa africana para adquirir esclavos. De esta forma durante el s. XVII se introdujeron más de 125.000 Kg. de pequeñas monedas-concha al año, y mientras en 1520 un esclavo varón podía adquirirse con poco más de seis mil caurís, un siglo más tarde ya costaba más de diez mil y a finales del s. XVIII la cifra ascendía a más de 170.000.

 

            Finalizado el tráfico de esclavos tras su abolición en 1807, el caurí siguió utilizándose para el comercio del aceite de palma, de forma que sólo en 1836 se introdujeron más de doscientos mil kilos de conchas en el continente africano. Sin embargo el final de esta moneda-concha se produjo cuando hacia mediados del s. XIX, se incorporaron al comercio ingentes cantidades de una especie de caracolillo muy similar, Monetaria annulus (L., 1758), abundante en Zanzíbar, en la costa oriental africana. Como en esos mismos momentos ocurría en Norteamérica, con la industrialización del “wampum”, la entrada masiva de “moneda”, produjo una enorme inflación que desestabilizó el mercado y terminó con la propia moneda (en África el “caurí” y en Norteamérica el “wampum”).

 

            Encontramos otras muchas especies de caracolas utilizadas como moneda, como por ejemplo el “Mwali” utilizado en las islas Tobriand, fabricado con un disco de la especie Conus leopardus (Roeding, 1798), al que se sujetan varios caurís huevo (Ovula ovum, L. 1758) (Fig. 2a), o la moneda ritual “talipun” de la zona del río Sepik, elaborada con un fragmento del gran caracol verde Turbo marmoratus (L., 1758) (Fig. 2b).



Figura 2.- a: “Mwali” utilizado en la ceremonia del “Kula” en las islas Trobriand; b: “Talipún”, moneda concha utilizada en la zona del río Sepik, Papua-Nueva Guinea (Ejemplares del Museo Arqueológico Nacional, MAN, Madrid).

 

Aunque pueda parecer increíble, todavía en el siglo XXI se siguen utilizando de forma cotidiana primitivas monedas-concha en algunos remotos y apartados lugares del planeta. El ejemplo más destacado lo encontramos en el “tambu” o “diwarra” utilizado por las gentes de la población Tolai, que vive en las islas del Duque de York y Península de Gazelle, en la provincia de Nueva Bretaña (Papúa-Nueva Guinea). La moneda “tambú” está formada por pequeños caracolillos de la especie Nassarius camelus, atravesados por una larga varilla, que se mide en brazas (1 braza= 183 cm.), éstas pueden determinarse de una forma aproximada y sencilla estirando los brazos, la distancia entre ambas manos viene a ser una braza,  a su vez  divisible en pequeños fragmentos o varillas que llevan 10-12 conchas cada una (Fig. 3a), y los datos del año 2002 indican que existen en circulación o almacenadas (como ahorros), una cantidad de monedas-concha equivalentes a unos ocho millones de kinas (más de dos millones de dólares USA)(3).

Además de su uso cotidiano para realizar pequeñas compras, el tambú también se almacena en largas ristras, que se atan a una estructura circular formando un rollo o “loloi” con aspecto de neumático con un diámetro de un metro y una anchura del cilindro que forma el rollo de unos 14 centímetros (Fig. 3c). Todo el rollo se recubre con hojas secas y se ata con cuerdas para proteger su valioso contenido. Estos “loloi” pueden almacenar unos 600 metros de varilla, que lleva unos cien mil caracolillos regular y cuidadosamente ensartados. Aunque su tamaño real es de un metro, si desplegamos su interior, tal como se hace por ejemplo en las ceremonias funerarias para distribuir su contenido, en realidad sería la moneda más larga del mundo, ¡con una longitud de más de medio kilómetro! Algunos de estos rollos de moneda concha constituyen los ahorros de toda una vida y se usan para repartir entre los herederos y amigos tras la muerte del propietario, en ceremonias donde se cortan públicamente y distribuyen fragmentos del “loloi” (Fig. 3e).

 


Figura 3.- Pagando la compra con moneda “tambú” en un mercado Tolai; a: detalle de la moneda-concha utilizada en el pago; b: detalle de  la cesta-monedero de la moneda-concha; c: aro de conchas o “loloi”, al fondo un grabado de 1882 donde se representa un funeral de los Tolai; d: exibición de “tambu” en Rabaul a finales del s. XIX; e: distribución de “tambu” en el s. XXI.

 

En América del Norte encontramos unos abalorios elaborados por los indios Chumash de California a partir de pequeños caracoles de la especie Olivella biplicata (Sowerby, 1825), denominados “poncos”, que fueron descritos por vez primera en 1792 por el explorador español José Longinos Martínez, quien señaló su utilización por los indios como moneda, y unidad de peso y valor.

 

            Otro grupo de moluscos utilizados como moneda son los escafópodos, con aspecto de agudos dientes, fueron utilizados por los indios Yurok de Norteamérica, que utilizaban como moneda ristras de conchas del escafópodo Dentalium pretiosum (Sowerby, 1860), denominadas “allicotsik”, que literalmente significa “moneda india” en el lenguaje Yurok. Como curiosidad, cuando se producía un homicidio, el responsable o su familia, tenían que pagar dos ristras de la moneda concha a los familiares de la víctima como “moneda de sangre”, una para compensar la muerte de la víctima, y otra para “comprar” la vida del homicida, que de esta forma no sufría las consecuencias de la venganza de los familiares del muerto.

 

            Podemos ver que el “dinero del mar” y en especial las “monedas concha”, además de su función económica, han cumplido un importante papel en el equilibrio y la reproducción social en diversas comunidades a lo largo de la Historia en todo el Planeta. Muy posiblemente algunos de los collares de caracolillos Columbella rustica o de escafópodos Dentalium sp. que encontramos en yacimientos prehistóricos en la Península Ibérica de tiempos del Paleolítico y Neolítico pudieron tener también esta función.

 


Figura 4.- “Allicotsik” de los indios Yurok de Norteamérica, con una “hucha” tallada en hueso, donde se guardaban las “monedas-concha”.

 

Finalmente la única “moneda-concha” elaborada a partir de cefalópodos es un tipo de pele denominado a’lillie o lillie formado por pequeños discos de las conchas de Nautilius pompilius (L., 1758) y Allonautilus umbilicatus (Lightfoot, 1786), parecido al anterior pero con un tono más grisáceo.

 


Notas:

(1)  El cauri, la primera moneda de China. Eco Filatélico y Numismático 65(1180) (Diciembre 2009): pp. 46-47.

(2)  Aportaciones numismáticas en la obra de Marco Polo II: Cauris y monedas de los muertos. Eco Filatélico y  Numismático (Septiemre, 2008), 64(1166): 44-45.

(3) El “tambú”, una moneda de concha utilizada en la actualidad. (Septiembre, 2004)  Eco Filatélico y Numismático 60(1122): 46-47

No hay comentarios:

Publicar un comentario