Nuevos
datos sobre el tesoro de Gazteluberri. Artículo
publicado en el Boletín del Museo Arqueológico Nacional 39 (2020): pp. 275-282.
Miguel Ibáñez Artica
Nuevos
datos sobre el tesoro de Gazteluberri.
El denominado
“tesoro de Gazteluberri” hallado en 1960 al sur de la provincia de Gipuzkoa, y
actualmente expuesto al público en el Museo Arqueológico Nacional (Fig. 2b), está formado por un conjunto de 52 monedas (número de inventario 1960/35/1 a
53), nueve de ellas de oro y las demás de plata, correspondientes al reinado de
Felipe II (1556-1598), con la excepción de un escudo sevillano de Juana y
Carlos V (1537-1556). El conjunto incluye también el cencerro de hierro que las
contenía.
I.-
Circunstancias del hallazgo:
Este tesoro fue minuciosamente descrito y publicado en
19671 por Joaquín María de Navascués (director del Museo
Arqueológico Nacional en la época de su descubrimiento), y con respecto a las
circunstancias del hallazgo y su posterior ingreso en las colecciones del MAN,
señala en las páginas 93-94:
“«En cuanto concierne a la fecha,
lugar y circunstancias del hallazgo dispongo de los datos de una información
facilitada por el Sr. Alcalde de Segura, presidente de la Parzonería de
Guipúzcoa, y de los obtenidos en una inspección personal sobre el terreno […]
el tesoro apareció el día 7 de abril de aquel año, sobre las cinco de la
tarde,... Dentro de esta Parzonería apareció el tesoro, en el paraje llamado Gazteluberri,
a los diez metros de una peña... La ocasión del hallazgo fueron los trabajos de
plantación que se ejecutaban entonces en aquel paraje. Los descubridores fueron
Juan Berástegui y Urquía y Eugenio Martín Zazo, quienes al abrir un hoyo, a
unos diez centímetros de profundidad, encontraron un objeto extraño que resultó
ser el cencerro herrumbroso de cuyo interior salieron las monedas […] fue
adquirido por el Ministerio de Educación Nacional en 30 de diciembre del mismo
año del hallazgo, 1960. Componen el tesoro 52 piezas, teniéndose éstas por el
contenido íntegro del cencerro. Deducíase así tanto de las informaciones
oficiales como de la transmisión verbal, sin que hubiera contradicción alguna
en ningún caso. Pero muy poco después de la adquisición definitiva por el
Estado, corrieron voces de que no estaba completo, que había salido alguna
pieza más de las 52 adquiridas, sin determinar aquella “alguna” […]. Cabría
pensar que los rumores, falsos o ciertos, circulaban despechadamente para
desacreditar el tesoro y a las personas que intervinieron en su adquisición por
el Estado. Sé también que volví a meter en el cencerro las 52 piezas con ánimo
de comprobar su volumen en relación con el de la cabida en el changarro, y
calcular así si podía faltar algo o no. La operación fue de resultado negativo,
pues la capacidad es incluso para el doble de las piezas adquiridas.»”
Figura 1.- Ubicación de la
peña de Gazteluberri (Segura, Gipuzkoa); a: Mapa de la zona (Fuente: Google
maps); b: Vista aérea de la peña; c: Vista de la peña desde la carretera
GI-2637 (Idiazábal-Alsasua).
El 25 de
septiembre del año 2017 se publicó un reportaje sobre este tesoro en el
periódico guipuzcoano “El Diario Vasco” (Viñas, 2017a: 42, 43) donde
se planteaba la posibilidad, ya apuntada en el artículo de Navascués, de que el
tesoro estuviera incompleto. Habiendo pasado más de medio siglo desde el
descubrimiento, se hacía un llamamiento a que si alguna persona tenía algún
dato al respecto lo aportase.
La información publicada en el periódico llegó a
conocimiento de uno de los descubridores, el vecino de la localidad navarra de
Arbizu, Juan Berástegui Urquía, quien a sus 87 años de edad recordaba
perfectamente los pormenores del hallazgo cuando se encontraba plantando pinos
a diez metros de la peña de Gazteluberri, y así los comunicaba al periódico
(Viñas, 2017b: 56): “«Estaba
junto a Eugenio Martín Zazo, de Ávila, y otro trabajador de Etxarri, cuando
este último fue a coger tierra para plantar uno de los árboles y encontró un
cencerro tumbado dentro de una grieta de la peña, que se encontraba a un metro
de altura. Me lo dio, diciendo que lo podía usar para mis vacas, pero estaba
muy “gibado”. No valía y era pesado. Se dio cuenta que tenía arcilla en la boca
y al retirarla, cayeron todas las monedas al suelo»”.
Berástegui
como jefe del grupo se llevó el cencerro con las monedas custodiándolo durante
tres meses, en los que realizó consultas a distintos anticuarios, y uno de
ellos le aconsejó recurrir a D. Domingo Irigoyen, párroco de Zumárraga y
conocido por su afición a la numismática. A través del sacerdote se produjo la
entrega de las monedas, y según relata su descubridor: “«Quedamos en hacerla [la entrega] en una
joyería de la plaza de Guipúzcoa de San Sebastián, propiedad de un vecino de
Arbizu. Yo fui quien llevó las monedas y una vez allí, llamamos a la policía.
La casualidad quiso que el responsable que vino también fuera de Arbizu. Me
tranquilizó, me dijo que no iba a pasarme nada, sólo debía responder a algunas
preguntas [...] las autoridades estipularon el valor del tesoro y dieron un
dinero que se dividió en dos partes. Una de ellas fue para el pueblo de Segura;
la otra se repartió entre los tres. Recibimos 35.000 pesetas cada uno. En
aquella época era bastante dinero»”.
Estos datos modifican ligeramente la versión inicial, el
cencerro estaría oculto en posición horizontal en una grieta de la peña y no enterrado a diez
centímetros de profundidad en el suelo a diez metros de la peña, en realidad
este era el punto donde se encontraban los operarios cuando el trabajador de
Exarri (cuyo nombre no se cita y que es el auténtico “descubridor” del tesoro)
aparece con el cencerro que acaba de encontrar en una grieta de la peña.
Se da también una discordancia entre la indemnización que
se declara en el artículo y los datos que figuran en el expediente oficial
(Archivo Histórico del MAN, Exp. 1960/35: 56 pp.), donde se establece la
valoración económica del tesoro en 123.698 pesetas, cantidad que se repartió en
dos mitades, una para el Ayuntamiento de Segura y otra para los dos
descubridores “oficiales”, quienes según esta información recibirían la
cantidad de 30.924,5 pesetas cada uno (el libramiento del pago se realizó el
treinta de diciembre de 1960). En este caso, la tercera persona “el trabajador
de Etxarri”, que según las declaraciones de Juan Berástegui, fue quien
realmente descubrió el cencerro, no recibió cantidad alguna, al menos
oficialmente.
La indemnización de 123.698 pesetas (a fecha de diciembre de 1960) actualmente equivaldría a 28.590 euros2.
Figura 2.- a: Las monedas del
tesoro en las antiguas bandejas del monetario del MAN, junto con el cencerro en
primer plano; b: Presentación del Tesoro de Gazteluberri en las vitrinas de
la sala 37 del Museo Arqueológico Nacional en la actualidad (Wikipedia, Foto:
Velasco Mora, F.).
II.-
Características y “valor” del tesoro.
Las monedas que integran el tesoro de Gazteluberri (Fig. 2) forman un heterogéneo conjunto
en cuanto a valores y procedencias (cecas): escudos y dobles escudos de oro,
reales de a ocho, cuatro reales y una única pieza de dos reales, acuñadas en
las cecas peninsulares de Sevilla, Segovia, Toledo, Valladolid y Granada, así
como en las americanas de México y Potosí3. Los datos de pesos
medios de los diferentes tipos monetarios pueden resumirse así:
Tipo
monetario Peso medio s (desviación típica)
Dobles escudos
(7) 6,76 g. 0,02
Escudos (2) 3,33 g. 0,04
Reales de a ocho
(34) 27,35 g 0,21
Cuatro reales
(8) 13,74 g. 0,08
Dos reales (1) 5,96 g ---
El
peso total de las monedas de oro (dos escudos y siete doblones) es de 53,99
gramos, mientras que las de plata suman 1.043,31 gramos, de las cuales los
reales de a ocho suponen el 89% del peso total de plata del tesoro. Así pues lo
recuperado supone algo más de un kilogramo de monedas de plata y 54 gramos de
monedas de oro.
Considerando
el valor del escudo en 400 maravedís y en 272 el real de a ocho (Pérez Sindreu,
2006: 30) el conjunto estaría valorado en un total de 16.804 maravedís en la
época de su ocultación.
Podemos
establecer algunas referencias para conocer el valor adquisitivo de estas
piezas en la época: una moneda de ocho reales suponía el sueldo de dos días del
trabajo de un artesano, o algo más de tres días de un peón (Carrión Arregui,
2000: 78), y en San Sebastián en 1597
una gallina costaba cuatro reales, lo mismo que una libra de azúcar (Espejo,
1907: 401). Una libra de carne de vacuno podía adquirirse por 14 maravedís, una
libra de carnero por 20 maravedís (Espejo, 1907: 398), un pichón por dos reales
mientras un capón costaba medio ducado (Espejo, 1907: 398, 401)4.
Otro
dato comparativo interesante es el coste del alquiler de una casa “ordinaria”
en San Sebastián entre los años de 1595 y 1597, que era de 26.982 maravedís anuales (Espejo,
1907: 390), cifra muy superior al valor estimado del tesoro de Gazteluberri,
aunque es preciso tener en cuenta que San Sebastián en los últimos años de
Felipe II, era la población más cara de la Península Ibérica (Espejo, 1907:
403).
III.-
Posibles circunstancias de la ocultación.
Respecto a la fecha de ocultación del tesoro, y dada la
composición del mismo, podría establecerse en el último año del reinado de
Felipe II o en los primeros de Felipe III, en cualquier caso en torno a 1600, y
uno de los aspectos más interesantes, y sobre el que sólo podemos hacer conjeturas,
es el establecer las razones del ocultamiento, y qué tipo de persona lo
realizó.
En la hipótesis planteada por Navascués se señala: «El hecho del escondite en pleno
monte y dentro de un cencerro hace pensar en los ahorros de un pastor, o en el
producto de la venta de ganado, que por temor a llevarlos consigo los
enterraría sin haber tenido ya la oportunidad de volver a buscarlos» (Navascués, 1967: 112).
En primer lugar podemos considerar
las características del paraje donde fue realizado el hallazgo, la zona en la
cual se encontró el tesoro es una importante vía natural, un angosto valle que
comunica Guipúzcoa con Navarra, flanqueado por una elevada peña. Así que aunque
la zona era transitada al ser una vía de comunicación natural, el lugar
concreto del ocultamiento era relativamente inaccesible, pero con una
referencia claramente visible, la propia peña (Figura 1c).
Además
de la hipótesis planteada por Navascués, cabe también otra posibilidad. En la
época del ocultamiento (y en fechas posteriores) estaba prohibido sacar del
territorio monedas de oro y plata (“saca de moneda”), pero no faltaban los
contrabandistas que lo hacían, “«en
estos fraudes participaban un amplio abanico de personas, tanto naturales como
extranjeros [...] los propios comerciantes participaban activamente de este
lucrativo comercio, en particular en las zonas costeras y en especial en las
villas de Bilbao y San Sebastián»”
(Truchuelo, 2005: 18). En el siglo XVII, la comunidad de judíos conversos
portugueses asentada en San Juan de Luz se dedicaba a importar moneda de oro y
plata de buena calidad y exportar a España monedas falsificadas de vellón,
estimándose en una cuantía de tres millones de ducados anuales el montante de
dicho fraude (Carrasco, 1997: 1085). El sistema utilizado para eludir los
controles era emplear en el transporte caminos “extraordinarios” (Carrasco,
1997: 1103).
La actividad del contrabando de moneda era bidireccional,
por una parte, la moneda fuerte de oro y plata se exportaba fraudulentamente
desde Castilla, a través de los puertos vascos, al tener esta moneda mayor
valor en otros países, mientras que a la inversa, se importaba masivamente
moneda falsa de vellón desde Francia, Inglaterra y Holanda, que pasaba por
Guipúzcoa en dirección a Castilla. Tal era la magnitud de este problema que en
1602 se envía un comisionado real a Guipúzcoa para actuar contra los que
sacaban moneda (Truchuelo, 2005, p. 20).
Así pues, otra hipótesis es que las monedas circularan en
manos de contrabandistas (Ibáñez, 1999: 162; 2018: 46) que en esos momentos
intentaban sacar del país las valiosas monedas de oro y plata cuyo destino
final eran los puertos de Guipúzcoa, y que ante el temor de ser detenidos, o
ante la presencia de algún control cerca de la muga, procedieran a esconder el
cargamento en un lugar bien oculto, pero
fácilmente identificable desde lejos, para poder recuperarlo en
circunstancias más favorables, lo cual nunca llegó a ocurrir.
Notas:
[1] Previamente se
habían publicado los datos básicos de las monedas halladas en sendas
publicaciones (Navascués, 1961, 1963).
2 Teniendo en cuenta
la tasa de inflación según: <https://fxtop.com/es/calculadora-de-inflacion.php> [Consulta: 24 de junio de 2019]
3 En este tesoro
están representadas todas las cecas peninsulares que acuñaron reales
de a ocho en tiempos de Felipe II. Si bien falta el duro de Toledo, esta ceca
está representada por un doblón y tres piezas de cuatro reales. Faltarían tan
solo monedas de la ceca de Lima (Navascués y de Juan, 1961: 178). La descripción detallada de las
monedas
fue publicada por Navascués en 1967, y las fotografías y datos de las mismas
pueden consultarse en el catálogo en línea del MAN y en Ceres: <http://ceres.mcu.es/pages/ResultSearch?Museo=MAN&txtSimpleSearch=Segura&simpleSearch=0&hipertextSearch=1&search=advancedUnion&MuseumsSearch=MAN%7C&MuseumsRolSearch=9&listaMuseos=[Museo%20Arqueol%F3gico%20Nacional]> [Consulta: 3 de julio de 2019]
4 Resulta difícil
comparar los precios de los productos alimenticios en épocas preindustriales y
en la actualidad. En los países desarrollados, gracias al aporte energético de
los combustibles fósiles se estima que la dieta diaria de una persona se logra
con tan sólo 20 minutos de trabajo (datos de EEUU), mientras que en los
sistemas que dependen únicamente de
la energía solar costaría 111 horas de trabajo (casi dos semanas) (Pfeiffer,
2006: 5). Por este motivo, los precios de los artículos alimenticios en los
siglos XVI-XVII resultan tan elevados, y productos cotidianos muy habituales
hoy en día como el pollo, en aquella época (y hasta mediados del s. XX en
España) eran manjares de “lujo”, consumidos únicamente en grandes
celebraciones.
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Artículo
en pdf: http://www.man.es/man/dam/jcr:820555df-7532-4326-9c06-f5670b135c54/2020-bolman-39-19-ibanez.pdf