Dos historias
paralelas contadas por las medallas. Artículo publicado en:
Eco Filatélico
y Numismático 77(1273) (Mayo 2018): pp. 49-51.
Miguel Ibáñez Artica.
Entre las
medallas conmemorativas resultan especialmente interesantes las que reflejan
acontecimientos históricos de relevancia. Aunque en algunos casos pueden llegar
a falsear la verdad (por ejemplo las medallas donde se refleja la rendición de
Blas de Lezo ante el almirante Vernon(1)), en la mayoría de
ocasiones son fieles testigos de los acontecimientos acaecidos.
Este es el caso de las dos medallas que pasaremos a
comentar, que conmemoran respectivamente
la “liberación” de las ciudades de Pamplona y San Sebastián en el transcurso de
la Guerra de la Independencia. Se trata de los ejemplares de la colección
producida por James Mudie en 1820 para celebrar los triunfos británicos en las
guerras napoleónicas. Fueron fabricadas en Birminham en oro, plata y bronce
como contraposición a las numerosas emisiones francesas que glorificaban las
gestas napoleónicas, dándose la circunstancia de que estas medallas inglesas
presentan el mismo módulo que las francesas, 41 mm, y además en muchos casos
fueron obra de los mismos artistas franceses que poco antes se habían dedicado
a glorificar la obra de Napoleón Bonaparte en las medallas.
La
primera de ellas, que es el número 25 de la colección Mudie (Figura 1) muestra en el anverso el
retrato del Mariscal de Campo Arthur Wellesley, primer duque de Wellington y en
el reverso un soldado romano a caballo que recibe las llaves de la ciudad de
Pamplona, representada por una figura femenina que le extiende los bazos
ofreciéndole una llave en su mano derecha, con la leyenda en inglés “Inglaterra
protege la ciudad de Pompeyo”, y en el exergo “Capitulación de Pamplona,
octubre, el 31 de 1813”. Esta medalla fue realizada por el parisino N.G.A.
Brenet y el suizo J.P. Droz.
Figura
1.- Medalla
de la capitulación de Pamplona (Museo de Navarra: n. 14.522).
La “conquista” de Pamplona, o más bien de la Ciudadela de
Pamplona por las tropas francesas resulta una historia cuando menos curiosa. El
31 de diciembre de 1807 un ejército al mando del general D’Armagnac cruzó la
frontera, para llegar a Pamplona el 8 de febrero. En teoría el objetivo era
descansar en la ciudad para proseguir viaje hacia Portugal, si bien las
instrucciones secretas del general francés eran las de ocupar la Ciudadela. D’Armagnac
se entrevistó con el Virrey de Navarra, Leopoldo de Gregorio y Paterno,
Marqués de Vallesantoro, solicitando acantonar las tropas francesas en la
Ciudadela, a lo que el Virrey se negó aduciendo que para ello tenía que recibir
autorización de Madrid. Ante la negativa, se ideó un plan de ocupación del
recinto fortificado, en la noche del 15 al 16 de febrero, un grupo de unos cien
soldados franceses seleccionados, aparentemente desarmados se dirigieron hacia
la puerta principal de la Ciudadela para recoger las raciones de pan que se les
entregaban diariamente, y aprovechando que una blanca capa de nieve cubría el
suelo, comenzaron a arrojar bolas de nieve a los soldados que custodiaban la
Ciudadela, provocando a la guarnición, que comenzó a devolver las bolas de
nieve a los franceses, y aprovechando los momentos de distensión producidos por
esta singular “batalla”, un grupo de soldados franceses que portaban sus armas
escondidas bajo los capotes, entraron y desarmaron a los vigilantes sin
realizar un solo disparo. Así pues, podemos decir que la Ciudadela de Pamplona,
una de las más impresionantes fortificaciones de la época, se conquistó con
bolas de nieve.
Figura
2.- En la documentación remitida por el Virrey de
Navarra el 16 de febrero se indica “las
críticas circunstancias del dia han sido el que se acuartelasen en esta plaza
tropas francesas…”. En la imagen, la entrada principal de la Ciudadela de
Pamplona.
Casi seis años más tarde, el 31 de agosto de 1813, la
situación había cambiado drásticamente, la guarnición francesa de 3.000
soldados al mando del gobernador francés de Pamplona Louis Pierre Jean Cassan,
se encontraba sitiada en la Ciudadela por un ejército de más de 10.000 hombres
al mando del mariscal donostiarra Enrique José O’Donnell. Tras las contundentes
derrotas de las tropas francesas infringidas por el Duque de Wellington,
primero en Vitoria (21 de junio) y un mes más tarde a las afueras de Pamplona,
en Sorauren (25 de Julio) la suerte de los franceses que ocupaban la el recinto
amurallado estaba decidida.
A
pesar de todo, las tropas francesas resistieron dos meses el asedio, e incluso
amenazaron con volar el recinto fortificado antes de rendirse, pero ante la
repuesta de Wellington de que si lo hacían todos los oficiales serían ejecutados
y los soldados diezmados, finalmente se produjo la capitulación el 31 de
octubre, fecha que se recoge en la medalla.
La segunda pieza
corresponde a la liberación de la ciudad de San Sebastián y es la número 24 de
la colección Mudie, obra de Thomas Webb, Peter Rouw y George Mills. En el
anverso aparece el perfil de Thomas Graham barón de Lynedoch, a quien
Wellington ordenó dirigir el asedio de San Sebastián (Figura 3).
Figura
3.- Medalla
conmemorativa de la “liberación” de San Sebastián.
Tras la derrota del
ejército napoleónico en Vitoria el 21 de junio, y mientras el grueso de las
tropas francesas cruzaba la frontera en retirada, el general Emmanuel Rey se
hacía cargo de la ciudad al mando de un contingente de 2600 soldados que en
julio fueron sitiados por el ejército de Wellington. Mientras el Duque dirigía
las tropas españolas que contuvieron la ofensiva francesa en el río Bidasoa, el
general Graham al mando de las tropas anglo-portuguesas conseguía romper las
defensas de la ciudad por el lugar conocido actualmente como “La Brecha” el 31
de agosto de 1813 a las dos de la madrugada (Figura 4).
Figura
4.- Diorama
de la conquista de San Sebastián, en el Museo del Real Regimiento Escocés en
Edimburgo, y vista de la calle “31 de Agosto” de Donostia, la única que no fue
incendiada al encontrarse en primera línea de fuego y servir de parapeto a las
tropas atacantes.
A pesar de que el
general francés había ordenado la evacuación, varios miles de donostiarras
permanecieron en la ciudad con la esperanza de ser liberados, pero tras
irrumpir en la ciudad, y retirarse los franceses al castillo de la Mota en el
monte Urgull, las tropas “libertadoras” se dedicaron al pillaje y al saqueo de
la ciudad durante seis días y medio, asesinado indiscriminadamente a hombres,
mujeres y niños, de forma que el fatídico día del 31 de agosto, además de las
casi 4.000 bajas que sufrió el ejército inglés en la contienda fallecieron
asesinados más de un millar de civiles.
Al anochecer se inició
un voraz incendio provocado por los saqueadores que arrasó la ciudad,
salvándose una treintena de casas de un total de 600, en la antigua calle de la
Trinidad, rebautizada como “31 de agosto”, que no fueron incendiadas al encontrarse
durante la primera semana de septiembre en primera línea de fuego, sirviendo de
protección a las tropas atacantes de las balas de los franceses refugiados en
el monte Urgull.
El teniente Matías de Lamadrid, testigo de los
acontecimientos, recoge en su diario: “Los excesos que cometieron los ingleses, como
los portugueses, no tienen cuento, y jamás estas dos naciones se quitaron el
horrible borrón que aquí echaron a sus glorias. Cual si la infeliz ciudad fuese
de enemigos, los más implacables la saquearon cruelmente, mataron a varios de
sus desdichados moradores, y por último la incendiaron, quedando esta hermosa
población hecha ceniza, excepto unas 34 casas….. No hubo doncella, casada, ni
niña que no experimentase su brutalidad. Y, en fin, ellos robaron, incendiaron
e hicieron con esta ciudad amiga lo que apenas puede imaginarse hacible en la
más contraria”. (2)
Figura
5.-
“Cementerio de los ingleses” en el monte Urgull de San Sebastián.
Tras dos meses de un
duro asedio en el que el ejército sitiador tuvo miles de bajas, las tropas que
se defendían en el castillo de la Mota se rindieron el 8 de septiembre, ese
mismo día las autoridades municipales y vecinos supervivientes se reunían en el
barrio de Zubieta para planificar la reconstrucción de la arrasada ciudad, y en
diciembre ya se había constituido la Junta de Obras encargada de la tarea que
concluiría 36 años más tarde, en 1849.
Figura 6.- Imágenes de los
reversos de las medallas de Mudie: a.- liberación de Pamplona; b: liberación de
San Sebastián; c.- Batalla de los Pirineos.
Las medallas de Mudie
reflejan muy bien los distintos escenarios, Pamplona con una imagen pacífica (Figura 6a), y San Sebastián, con una
escena violenta (Figura 6b). La
destrucción y saqueo de la ciudad fue consecuencia del duro asedio y feroz
combate que tuvo lugar en los días previos, y que causó centenares de bajas en
el ejército atacante, de forma que tras penetrar en la ciudad por la brecha
abierta en las murallas, y replegadas las tropas francesas al castillo de
Urgull, los soldados británicos y portugueses vertieron toda su ira en los
pacíficos habitantes de la ciudad.
Otra medalla de esta
serie está dedicada a la batalla de los Pirineos, que tuvo lugar a finales de
julio y comienzos de agosto de 1813, y que se libró en Roncesvalles y Maya (25
de julio), Sorauren (28 de julio) y Echalar (2 de agosto) concluyendo con la
derrota del mariscal Soul que había llegado con un importante ejército desde
Francia en ayuda de las guarniciones de Pamplona y San Sebastián. En esta
medalla el león británico que ha escalado el Pirineo ataca al águila
napoleónica, destruyendo con sus fauces el huso de Júpiter (Figura 6c).
Notas:
(1) Las medallas de Blas de Lezo y el almirante Vernon.
(Diciembre, 2003) Eco Filatélico y Numismático 59 (1114): 42-43.
(2) Sánchez, J.L.
(2009). Diario de un Oficial en la Guerra
de Independencia (1813-1814). Región Editorial, Palencia: 140 pp.