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sábado, 9 de mayo de 2015

¿Cómo se llamaban realmente las primitivas poblaciones celtibéricas que acuñaron moneda?

¿Cómo se llamaban realmente las primitivas poblaciones celtibéricas que acuñaron moneda?.
Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 67(1198) (Julio-Agosto 2011): pp. 44-45.

 Miguel Ibáñez Artica

                  Las fuentes escritas constatan la existencia de ciudades en la Celtiberia antes de la llegada de los romanos a la Península Ibérica en el año 218 a.C., no obstante su presencia potenció notablemente el proceso de urbanización, al obligar a la población indígena –ya fueran aliados o vencidos-,  a concentrarse en ciudades nuevas, aunque en ciertos casos dichas poblaciones presentan poderosas estructuras defensivas, que parecen ir en contra de los planteamientos iniciales de los romanos, con su política de agrupamiento de los indígenas para controlarlos mejor.

Las primeras emisiones de monedas en la Península Ibérica responden a motivos estrictamente económicos, generados por las necesidades que planteaba el comercio. Estas acuñaciones quedaron restringidas a unos pocos lugares del litoral mediterráneo, en los puntos donde griegos focenses, fenicios y cartagineses asentaron sus colonias. Entre los siglos V y IV a.C. comenzaron a emitirse pequeñas monedas de plata anepígrafas en las colonias griegas de Ampurias y Rodas, y algo más tarde empiezan a fabricarse los característicos dracmas de dichos emporios. Sin embargo, las masivas emisiones peninsulares comenzaron precisamente tras la llegada de los romanos, quienes impusieron su propio sistema monetario basado en el denario de plata, el as y sus divisores de bronce, pero dejando cierta libertad a los pueblos indígenas que emitían las monedas (o que fueron obligados a emitirlas) para elegir la epigrafía de las leyendas. Probablemente la homogeneidad iconográfica de los motivos de anversos y reversos en la moneda celtibérica: busto barbado y jinete lancero (en menor medida con arma corta) respectivamente, fuera una imposición romana que evidencia el papel dichos pueblos como tropas auxiliares del ejército romano, tal vez rememorando el mismo motivo del jinete que aparecía en algunas monedas de Hierón II, tirano de Siracusa, cuando mercenarios hispanos combatieron en Sicilia durante la segunda guerra púnica, primero al lado de los cartagineses y más tarde como aliados de los romanos (Figura 1)(1). Roma permitió a los pueblos indígenas aliados la emisión de moneda propia con el fin de convertirlos en centros de poder frente a sus enemigos, facilitando así la transformación administrativa y el desarrollo de un sistema tributario homogéneo en la Península.


Figura 1.- Hemilitras de cobre de Hierón II de Siracusa (306-215 a.C.), a la derecha emisión de Morgantina con leyenda Hispanorum, posibles prototipos del jinete lancero ibérico.

 Realmente constituyó una estrategia muy acertada, por una parte los romanos obtuvieron su propósito, al conseguir que se acuñaran millones de monedas de plata (denarios) y ases (bronce), con los que asegurar el pago de tributos necesarios para financiar las costosas campañas militares de la Península, que requerían gran cantidad de tropas auxiliares (mercenarios), así como su manutención durante el largo período de inactividad en los meses invernales. Por otra parte estimulaban el “ego” de las poblaciones indígenas, que veían en las monedas un símbolo de su propia identidad y poder, de forma que incluso localidades muy pequeñas y probablemente poco importantes llegaron a fabricar sus propias emisiones de bronce.

Podemos imaginar la situación, pequeñas poblaciones vecinas, donde no serían raros los conflictos cotidianos entre ellas (disputas por pastos, enfrentamientos por terrenos comunales….), idénticos a los que todavía se producen en nuestros días en el medio rural, pero seguramente con consecuencias más graves. Si una de estas ciudades acuñaba su propia moneda de bronce, no resultaría raro que la otra también quisiera hacerlo. Esto nos plantea una nueva cuestión, las pequeñas ciudades no tenían los recursos propios (técnicos) para acuñar moneda, con lo que lo más probable es que, aparte de las grandes cecas productoras de numerario, existieran artesanos ambulantes o representantes de las cecas importantes, que ofrecieran sus servicios a estas pequeñas ciudades, tal como se ha descubierto recientemente ocurría con los mosaicos ibéricos, a partir del hallazgo del de Andelos en Navarra.

Aunque todavía no existen análisis metalográficos adecuados que nos permitan dilucidar alguno de estos aspectos(2), la similitud en las imágenes que aparecen en algunos anversos de los ases de diferentes cecas vecinas, parece indicar que dichas emisiones fueron fabricadas en un mismo taller. Por otra parte Roma se reservó el derecho de acuñar la moneda de plata y sólo unas pocas ciudades fueron autorizadas a emitir denarios. Un gran número de ellos (muchas de las emisiones de Baskunes, Turiasu, Sekobirikes y Bolscan) fueron acuñados en el transcurso de las guerras Sertorianas, para pagar a los mercenarios indígenas que participaban en ambos lados de la contienda, y no es descabellado pensar que muchas de estas monedas se fabricaran en talleres ambulantes, lejos del lugar donde oficialmente estaba instalada la ceca (Figura 2).


Figura 2.- Tesorillo de época de las guerras sertorianas (83-72 a.C.).

Desde los manuales de moneda ibérica de Vives Escudero (1924-1926), hasta los recientes de Villaronga (2002) y Álvarez Burgos (2008), se designa como nombre de la ceca el mismo término que aparece en la moneda, sin embargo la presencia de variantes en la terminación (Oilaunez/Oilaunikos/Oilaunu; Arekorata/Areikoratikos…) hace pensar en que no todos los nombres que aparecen sean el nombre de la ciudad o del grupo étnico en nominativo.

En el transcurso de los últimos cincuenta años se han producido importantes avances en el conocimiento de las lenguas prerromanas en la Península Ibérica, de la mano de prestigiosos investigadores como J. Caro Baroja, A. Tovar, J. de Hoz, Mª. L. Albertos, J. Untermann, J. Gorrochategui…, sin embargo uno de los hallazgos más espectaculares en el reconocimiento de los términos celtibéricos que aparecen en las monedas, surge en 1995 con el trabajo de F. Villar(3). Por ejemplo, uno de los términos aparecidos en las monedas “Barskunes” o “Baskunes”, se había interpretado originalmente como un nominativo plural del nombre étnico, es decir “Vascones”. Teniendo en cuenta la atribución de estas monedas a una ceca Navarra, esta conclusión parecía evidente, aunque algunos lingüistas como Untermann no lo veían tan claro, Villar propone que dicho término no sería un nominativo plural del étnico, sino el ablativo plural de un topónimo, “para los de Barsku”, es decir el nombre de la ciudad que emitió las monedas sería Barsku o Basku. De igual forma la ciudad de Karau acuñaria las emisiones de Karauez, la de Ontiks las de Ontikes, Oncala las de Okalakom, Varia las de Uarakos, Quoelia las de Kueliokos, Aratiz las de Aratikos, Oilaunu las de Oilaunez etc… . Los ablativos o adjetivos denominativos que aparecen en las leyendas indicarían el lugar de origen, pero el nombre real de la ceca puede ser ligeramente diferente al que podemos leer en sus inscripciones monetales (Figura 3).



Figura 3.- Leyendas monetales ibéricas.


Notas:
(1) La población siciliana de Morgantina emitió en el 211 a.C monedas con el jinete lancero y leyenda Hispanorum.
(2) Las técnicas analíticas empleadas hasta este momento (Microscopía electrónica de barrido, SEM) no son adecuadas para estas monedas, debido a la heterogeneidad en la distribución de sus componentes metálicos y presencia de nódulos. Por el momento, la única técnica adecuada es la de activación por neutrones rápidos, que por ahora no es posible realizar en ningún laboratorio español.

(3) Villar, F., (1995). Estudios de celtibérico y de toponimia prerromana. Univ. Salamanca: 276 pp.

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