La “Moneda pluma”
de Santa Cruz (Islas Salomón) y otras “Monedas pluma”. Artículos
publicados en: Eco Filatélico y Numismático 59(1113)
(Noviembre 2003): pp. 42-43, y 60(1115) (Enero, 2004): pp. 44-45.
Miguel Ibáñez Artica.
La “Moneda pluma” de Santa
Cruz (Islas Salomón).
Una
de las últimas incorporaciones a las colecciones del Museo Arqueológico
Nacional(1) es una valiosa moneda que, paradójicamente, no está
hecha de ningún metal noble como el oro o la plata, y ni tan siquiera es de
metal. Está fabricada con las plumas rojas de un pequeño pajarillo que vive en
las lejanas islas del Sur del Pacífico.
Se
trata de la famosa moneda pluma, utilizada en las Islas de Santa Cruz, cuyo uso
se ha mantenido vigente hasta finales del siglo veinte y de la que tenemos una
completa información acerca de su proceso de fabricación y formas de empleo,
gracias a las investigaciones realizadas en los años sesenta por el antropólogo
William Davenport, profesor de la universidades de Hawai y Yale(2).
Figura 1.-
“Monedas pluma” del Museo Arqueológico Nacional (Madrid).
Santa
Cruz es una isla volcánica rodeada de otras islas más pequeñas (Tinakula,
Utupua, Duff, Vanikoro...) y todas ellas forman parte del estado de las
Salomón, extendiéndose sobre una superficie de unas quince mil millas cuadradas
al norte de las Islas de Nuevas Hébridas, con una población de unas 7.000
personas.
En
esta zona, se ha utilizado hasta hace muy poco tiempo una moneda, posiblemente
la más exótica del mundo, que consiste en un largo cinturón con una longitud de
más de nueve metros y una anchura de unos cinco centímetros, fabricado con el
plumón rojo de una pequeña ave del bosque tropical (Myzomela cardinalis),
plumas de pichón gris (Ducula pacifica) y como pegamento, la savia
mucilaginosa del árbol Broussonetia papyrifera.
Figura
2.- Preparación de las “moneda
pluma” (Fotos: William Davenport).
Su
fabricación es muy sofisticada y requiere de tres tipos diferentes de
especialistas, el primero se dedica a cazar con reclamos los pajarillos,
atrayéndolos hacia ramas untadas con un látex pegajoso donde quedan atrapados,
otros artesanos se dedican a fabricar placas donde van pegadas las plumas y un
tercer grupo se encarga de ensamblar las 750 placas necesarias para construir
el cinturón de moneda pluma. En total son necesarias más de trescientas aves y
un total de seiscientas horas de trabajo artesanal para fabricar cada una de
estas monedas(3).
A
pesar de que las monedas pluma se guardan enrolladas y recubiertas de hojas en
lugares secos para evitar su deterioro, con el tiempo van perdiendo el color y
su valor disminuye. De esta forma el número de monedas en circulación se
estabiliza y no se producen fenómenos inflacionarios que derivarían de un
“exceso” de moneda circulante. La producción de nueva moneda viene limitada por
la disponibilidad de aves cuyas plumas son necesarias para su fabricación y por
el tiempo que necesitan cazadores y artesanos para fabricarla, mientras que la
eliminación de la moneda vieja viene dada por el tiempo. Poco a poco esta frágil
moneda acaba destruyéndose y desapareciendo en este clima tropical. De esta
forma durante siglos se ha mantenido un equilibrio en la cantidad de moneda
disponible, lo cual ha facilitado que su valor se haya mantenido sin
experimentar grandes cambios. En la segunda mitad del siglo XX, la entrada de
dinero convencional extranjero (moneda australiana) ha provocado un descenso en
la fabricación de esta singular moneda.
Figura
3.- Desfile de las “monedas
pluma” desde el poblado del novio hasta la casa de los padres de la novia. Se
trata de exhibir las riquezas que se van ofrecer. A la derecha una imagen
reciente de la ceremonia.
Uno
de los usos que se da a estas monedas es para pagar el “dinero de la novia”, es
decir la dote matrimonial que la familia del novio paga a los padres de la
novia. Se reúnen ambas familias y en primer lugar se selecciona la “moneda
pluma” más valiosa, es decir la que tiene colores más vivos. Encima de ésta se
van apilando otras en valor decreciente hasta llegar a la décima que suele ser
una moneda muy deteriorada y vieja. Cada una de estas monedas vale como dos de
las que están inmediatamente encima, de forma que la moneda inferior equivale
en valor a 512 de las situadas en el último lugar.
Así
pues, existen en realidad monedas de diferentes valores (monedas fraccionarias)
que permiten realizar numerosos y variados pagos. Estos objetos cumplen
estrictamente las condiciones que debe tener una moneda: son un medio de
acumular riqueza y constituyen un medio universal de intercambio en el variado
comercio que tiene lugar entre las diferentes islas.
Otras “monedas-pluma”.
En
el apartado anterior hemos abordado moneda-pluma
más conocida de la Isla de Santa Cruz, (Pacífico Sur), sin embargo no es ésta
la única moneda fabricada con tan delicados materiales, con las plumas rojas
del mismo pájaro (Myzomela cardinalis)
se adornan unas varillas de madera que son también utilizadas como moneda en
las Islas Salomón (Figura 5c), y
también encontramos monedas elaboradas con plumas de avestruz o de otras aves
(como el turaco violeta Musophaga violacea) en Nigeria o Sudáfrica.
Figura 4.- Myzomela
cardinalis.
En
zonas tropicales abundan las aves de llamativos colores, cuyas plumas han sido
utilizadas como valiosos objetos de adorno desde la más remota antigüedad. Tal
como ocurre con otros elementos, que comenzaron teniendo una función
estrictamente decorativa, con el paso del tiempo evoluciona su uso,
convirtiéndose de forma progresiva en objetos de prestigio, que acaban siendo
utilizados como moneda (diversos tipos de conchas o collares de conchas,
collares de dientes de perro, el “wampum” de los indios americanos, los
variados brazaletes africanos, las pulseras y colgantes de concha tallada,
etc... e incluso el mismo oro metálico, utilizado en un principio como adorno y
que en época posterior se ha convertido en el patrón monetario universal).
Mientras en algunos casos las “monedas” pierden su función ornamental, en otros
la mantienen, y es en este caso cuando puede resultar complicado -y a veces objeto
de controversia- asignarles una función monetaria o no. Mientras la moneda
propiamente dicha constituye un medio comúnmente aceptado para pagar bienes y
servicios, el trueque o intercambio afecta exclusivamente a las partes que lo
practican. Donde podemos poner la frontera de lo ¿“comúnmente aceptado”?,
¿cuántas personas deben aceptarlo para considerar un determinado objeto como
moneda?. El asunto se nos complica aún más cuando aparecen “monedas” que no
tienen una estricta función económica, sino que sirven para establecer lazos y
vínculos entre personas, clanes o poblaciones (el “kula”, el “moka kina”, el
potlatch”, etc...) o son utilizadas con unos fines muy concretos (“moneda de la
novia”, “moneda de sangre”, etc...).
Dentro
de lo normalmente se ha considerado como “monedas primitivas” o
“tradicionales”, aceptadas como tales en la bibliografía especializada
(Quiggin, Einzig, Taxay, Víctoor, Opitz, Davies, etc...), encontramos varias
“monedas pluma”. Una de las más vistosas
es la elaborada con las del Quetzal (Pharomacrus mocino), ave de gran
porte y plumaje verdes, frecuente en las selvas tropicales de Mesoamérica (que
aunque goza de protección oficial desde 1895, actualmente se encuentra en peligro de extinción).
Figura 5.- a:
Detalle del Quetzal en el “Códice Mendoza”; b: Ejemplar disecado del Museo de
América (Madrid); c: Moneda de un “quetzal” de Guatemala.
En
las culturas azteca y maya, las plumas de este ave eran valiosos elementos
utilizados como adorno y moneda, y se
obtenían tras abatir los pájaros con bolas de arcilla, aprovechando para
arrancárselas el momento en que quedaban atontados. Tal como nos informa Fray
Bartolomé de Las Casas: “En la provincia de Vera Paz, se castiga con la pena
capital al que mata una de estas aves de ricas plumas, ya que no se puede
encontrar en otros lugares, y estas plumas tienen un gran valor ya que se usan
como moneda”. Es decir, matar
uno de estos pájaros sagrados se consideraba un delito gravísimo. Entre
los aztecas, los mantos de plumas de quetzal servían como moneda (la más
hermosa del mundo según el investigador americano D. Taxay) y con uno de ellos
podían adquirirse hasta cien canoas.
El
códice Mendoza(4) nos ilustra sobre los impuestos pagados en forma
de plumas de quetzal, y en la actualidad, éste es el nombre que recibe la
unidad monetaria de Guatemala, en cuyos billetes aparece representada esta
majestuosa ave, el símbolo más sagrado de los antiguos mayas y actualmente
considerada como emblema nacional (Figura 5).
Además
de estas singulares monedas americanas, todavía podemos encontrar numerosos
ejemplos de “monedas pluma” en la Melanesia (Pacífico Sur), como varillas
adornadas con plumas de numerosas especies tropicales que combinan todos los
colores posibles y sirven también como elementos decorativos (Figura 6b), o las colas e incluso los
pájaros enteros disecados de las espectaculares aves del paraíso que pueblan
las selvas tropicales de las islas (Figura 6a).
Figura 6.-
a: Ave del paraíso; b: Adornos de plumas usados como moneda; c: Adorno
elaborado con plumas de Myzomela cardinalis (ejemplares del Museo Arqueológico Nacional de Madrid).
Las
aves del paraíso pertenecen a la familia Paradisaeidae existiendo solamente 43
especies diferentes en todo el mundo, de las cuales 35 viven confinadas en
Nueva Guinea. Fueron precisamente los españoles de la nao Victoria (de la
expedición de Magallanes y Elcano en el siglo XVI) quienes las descubrieron, y
las bautizaron así por su excepcional porte y belleza; de igual forma los
nativos de las Molucas las denominan ”Bolong diuata”, es decir, “pájaros de los
dioses”. Se trata de aves de tamaño mediano que viven entre 15 y 25 años, cuyos machos –muy territoriales- al alcanzar
la madurez sexual a los cinco años de edad, presentan unas espectaculares
plumas (en comparación las hembras son mucho menos vistosas). Cada especie
exhibe una danza nupcial característica y viven en los árboles más altos de la
selva tropical, alimentándose de insectos, semillas y pequeños vertebrados.
Durante
el siglo XIX cientos de miles de aves del paraíso fueron sacrificadas y sus
valiosas plumas terminaron sirviendo de adorno en los sombreros de las
puritanas damas inglesas de la época victoriana, de forma que estas
maravillosas aves estuvieron a punto de desaparecer. Por este motivo las
autoridades coloniales británicas prohibieron su caza en 1922.
En
Papúa-Nueva Guinea, las aves del paraíso (consideradas como emblema nacional)
aún son utilizadas como moneda hoy en día (su posesión está prohibida a los
extranjeros). A veces se utiliza el animal entero toscamente disecado (Figura 6a), a veces las largas colas de
los machos, o en ocasiones en forma de elaborados y vistosos sombreros que son
utilizados en las ceremonias festivas.
En
algunas zonas de Nueva Guinea, también se usan como moneda las plumas de casuar
(Casuarius bennetti y C. unappendiculatus), grandes aves
corredoras parecidas a las avestruces. Como ocurre con las aves del paraíso,
también se utilizan las plumas de casuar para decorar otros objetos usados como
moneda (sombreros ceremoniales, armas de piedra y hueso...).
Como
hemos podido ver, la utilización de las “monedas-pluma” se da en zonas
tropicales donde habitan aves de vistoso colorido. En España lo más próximo que
encontramos es la utilización de gallinas como moneda para realizar pagos en el
medio rural, si bien en este caso se trata más bien de un “alimento moneda”.
Notas:
(1) http://www.man.es/man/coleccion/catalogo-cronologico/numismatica/tevau.html
(2) Davenport,
W., 1962. Red-Feather Money. Scientific
American 206(3): 94-104. El profesor Davenport falleció el 12/III/2004,
unos meses después de publicarse este artículo. Sirva esta contribución como un
homenaje a su memoria.
(3)
Cada artesano “firma” su obra con una figura geométrica en la parte central de
la cinta por su cara interna, visible solamente cuando se desenrolla.
Recientemente se ha publicado un listado de estas firmas: Denk, R. & R.
Braun (2015). Handwerkermarken auf Federgeldrollen von Santa Cruz, Salomonen. Der Primitivgeldsammlet 36(2): 54-56 + 9
lám.
(4) El Códice Mendoza es
un manuscrito conservado en la biblioteca de la Universidad de Oxford.
Elaborado a requerimiento del Virrey Mendoza, por escribanos nativos
(“tlacuilos”) poco después de la conquista, es uno de los manuscritos
precolombinos más valiosos. Embarcado en 1542 con destino a España, el barco
que lo transportaba fue atacado por piratas franceses, y acabó en manos de
André Thevet, cosmógrafo del monarca francés Francisco I. Posteriormente fue
adquirido por un coleccionista inglés y terminó en la Biblioteca de Oxford,
donde se encuentra en la actualidad. El “Códice Mendoza” es un documento de
gran valor etnográfico y económico, fue escrito en Méjico en 1541 y en su
sección segunda (páginas 17 a 55) se relatan los tributos pagados por las
diferentes poblaciones, entre los que destacan las plumas de quetzal.