viernes, 1 de diciembre de 2017

La peseta antes de la peseta.

La peseta antes de la peseta. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 58(1093) (Febrero 2002): pp. 42-43.

Miguel Ibáñez Artica.


Las diferentes denominaciones que reciben las monedas responden fundamentalmente a dos criterios, puede tratarse de nombres “oficiales”, establecidos por las autoridades monetarias correspondientes (tal como ocurre con la nueva moneda: el Euro), o bien pueden responder a una denominación popular, surgida  de forma espontánea e imprevista, que es recogida y expandida rápidamente, con gran aceptación por parte de la población que utiliza cotidianamente esta moneda.

Con anterioridad a la implantación de la peseta como moneda oficial de España en el año 1869, circulaban escudos de oro, reales de plata y maravedís de cobre, con valores que oscilaban bastante en función de las vicisitudes económicas que en esos momentos padeciera la hacienda pública. Uno de los términos monetarios más antiguos es el de “maravedí”, palabra derivada del antiguo “morabetino”, o moneda de oro de buena ley y peso, que comenzó a acuñarse en Castilla a finales del siglo XII imitando la dobla de oro musulmana. Poco a poco el “maravedí” castellano se fue devaluando hasta convertirse ya en tiempos de los Reyes Católicos en una humilde monedita de cobre, que sobrevivió hasta el siglo XIX, si bien durante mucho tiempo fue utilizada como unidad de cuenta.

En el siglo XVIII circulaban, además de la moneda de oro y cobre, monedas de plata de  ocho, cuatro, dos, uno y medio real. La más extendida por todo el mundo era el “duro” de plata o “real de a ocho”, y en segundo lugar la pieza de dos reales. Mientras la primera de estas monedas fue bautizada como “peso fuerte” o “peso duro” (de aquí su posterior denominación popular de “duro”), a la segunda se la denominó popularmente “peseta”, como diminutivo de la anterior. Parece ser que fue en Cataluña donde  se utilizó por vez primera esta denominación, y el término de “peseta”, referido a una pequeña moneda de plata, se utilizaba desde el siglo XV. Es a partir de las abundantes emisiones realizadas por el archiduque Carlos de Austria, pretendiente a la corona, durante la guerra de sucesión a comienzos del siglo XVIII, cuando el término “peseta”, referido a la moneda de dos reales de plata, se populariza y extiende por toda España.

Encontramos por ejemplo un documento de 1752 (Figura 1), donde se señala a un contrabandista al que se ha interceptado en la frontera de Behobia con una cantidad de pesos fuertes y una “peseta”. Era práctica habitual en esta época el contrabando de dinero, de forma que se sacaba la moneda de oro y plata, más valorada en Francia, y se introducía moneda de cobre, de mayor valor en España y en este contexto encontramos la denominación de “peseta” referida a la moneda de dos reales de plata.


Figura 1.- Varias “pesetas”, o monedas de dos reales, sobre un documento de 1752 donde se utiliza el término “peseta”.

El término popular “peseta” queda reflejado en las monedas durante un breve período de tiempo, entre 1809 y 1814, se acuñaron en Barcelona, bajo la ocupación napoleónica monedas de una, dos y media y cinco pesetas de plata, así como monedas de oro de veinte pesetas. También y durante en esta época se fabricaron en Gerona y Lérida “duros” y monedas de cinco pesetas a nombre de Fernando VII en los años 1808 y 1809. Tras este corto período de tiempo, se retornó al viejo sistema de escudos de oro, reales de plata y maravedís de cobre, si bien excepcionalmente volvieron a acuñarse pesetas en Barcelona durante los años 1836 y 1837, como resultado de la escasez de numerario provocado por la guerra carlista.


Figura 2.- a: primeras pesetas acuñadas dentro del nuevo sistema monetario; b: “Perra chica”; c: “Perra gorda”.


La ley de Isabel II de 26 de junio de 1864, fue un último intento para armonizar y establecer un sistema decimal entre el oro, plata y cobre en España, donde convivían una gran cantidad de sistemas monetarios diferentes. Poco después, el año siguiente, nació la Unión monetaria latina integrada por Francia, Suiza, Italia y Bélgica, países que establecieron un sistema monetario común. Durante el Gobierno Provisional que sucede a Isabel II, se crea en España un nuevo sistema monetario, acorde con el desarrollado en la Unión latina, estableciéndose el 19 de octubre de 1868 la peseta como nueva moneda oficial (Figura 2a). Las circunstancias políticas del momento favorecieron el cambio de nombre, tal como se señala en el Decreto de creación de la peseta: “conviene olvidar lo pasado rompiendo los lazos que a él nos unían y haciendo desaparecer... aquellos objetos que pueden con frecuencia traerlo a la memoria”, rescatando una denominación surgida de la voluntad popular y que de hecho, ya se utilizaba desde hacía tiempo de una forma coloquial, incluso en documentos oficiales como decretos y cédulas reales. También se emitieron monedas de diez y cinco céntimos de cobre, que presentaban en un lado la imagen de un león sobre el escudo. De nuevo la imaginación popular se puso en acción, rebautizando a estas monedas como “perra gorda” (la de diez céntimos, Figura 2c) y “perra chica” (la de cinco céntimos, Figura 2b), en una peculiar y desmitificadora interpretación de la majestuosa figura del rey de la selva. Curiosamente, tras la aparición de la peseta, dividida en cien céntimos, se siguió utilizando la terminología antigua para algunos de sus divisores, así el término de “dos reales” se ha aplicado a la moneda perforada de cincuenta céntimos hasta tiempos muy recientes. Desde su creación la peseta ha sufrido un típico proceso de devaluaciones sucesivas, desde la primitiva pieza de plata hasta las diminutas pesetas de aluminio acuñadas en tiempos recientes. 


Figura 3.- Primera peseta acuñada en latón (1937), y última acuñada en plata (1933).

Los nuevos tiempos no favorecen demasiado la secular costumbre de poner  apodos tanto a personas como a objetos, pero es posible (y hasta culturalmente deseable) que la sabiduría popular genere en poco tiempo un  vocabulario castizo en torno a las nuevas monedas.








miércoles, 1 de noviembre de 2017

Representaciones de la muerte en objetos monetiformes.

Representaciones de la muerte en objetos monetiformes. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 61(1135) (Noviembre 2005): pp. 52-53.

Miguel Ibáñez Artica.



            A lo largo de la historia se han acuñado numerosas medallas y jetones alusivas o conmemorativas de óbitos de personajes ilustres, pero en el presente artículo nos ceñiremos exclusivamente a aquellos donde la figura de la muerte aparece gráficamente representada bajo la forma de un esqueleto o calavera.

            La muerte en la Edad Media resultaba un elemento familiar, en un mundo permanentemente sometido a la asolación de los cuatro jinetes del Apocalipsis, y donde la guerra, la violencia y la peste formaban parte del devenir cotidiano de la población. Por esta causa, la sensación de miedo colectivo terminó por transformarse en una resignación ante lo inevitable.

            El hombre medieval planteaba las preocupaciones sobre su futuro a tres niveles distintos: primero, antes de la muerte, luego en el momento crítico del tránsito al otro mundo, y por último en el más allá. La enorme influencia de la Iglesia en esta época, con una creencia ciega en la inmortalidad del alma, condujo inevitablemente a una serie de actitudes (sufragios, donaciones, testamentos…) encaminadas a alcanzar el Cielo por anticipado. Las personas ricas “compraban” la eternidad realizando donaciones, fundando conventos, luchando contra el infiel en las Cruzadas o pagando misas por sus almas. Por otra parte la muerte era considerada como una fuerza socialmente niveladora (consuelo de los humildes), hecho que queda magníficamente plasmado en las numerosas “danzas de la muerte” donde los protagonistas preferidos son los personajes ilustres y adinerados como papas y emperadores, cardenales y obispos, duques y condes, burgueses y usureros, etc…. (Figura 1).


Figura 1.- “Danza macabra” o “Danza de la Muerte”.

            En estas “Danzas macabras”, la primera de las cuales data de 1424 y estuvo en el cementerio de los Santos Inocentes de París hasta el siglo XVII, se respira un aire de crítica social. La muerte aparece representada como un esqueleto, a veces con una pala en la mano que se dirige hacia el personaje sujetándole la túnica, mientras los textos narran cómo la parca viene presta a recoger a cualquier persona, ya sea caballero o villano, hombre o mujer, niño o viejo, rico o pobre, monje o seglar, para ella no hay distinciones. En un jetón de Nuremberg (Figura 2) podemos ver representada una escena de este tipo, donde la muerte, con forma de esqueleto que lleva un reloj de arena en una mano, sujeta con la otra a una reina. Este jetón está firmado por Hans Kravwinckel, maestro acuñador de jetones que trabajó entre 1562 y 1586.


Figura 2.- Jetón de Nuremberg  “la muerte y la reina”.

            La calavera o esqueleto como figura alusiva a la muerte es relativamente frecuente en medallas y jetones, por ejemplo prolifera en los emitidos por las diferentes logias masónicas desde el siglo XVII (Figura 3). En varios jetones de los Países Bajos acuñados a partir del siglo XV, vemos también esta siniestra figura, a veces sujetando un ataúd en el brazo (Figura 4) y frecuentemente en forma de una calavera con dos tibias entrecruzadas en los jetones que conmemoran el aniversario de algún fallecimiento (Figura 5).


Figura 3.- “Token” identificativo de una logia masónica de Rouen, s. XIX.


Figura 4.- Jetón de Felipe el Hermoso (1490) representando la muerte portando un ataúd.


Figura 5.- a: jetón alemán de la ciudad de Zellerfeld acuñado por Henning Schulter (1626-1672); b, c y d: jetones de los siglos XVI y XVII acuñados en Lieja

            En muchas ocasiones los jetones sirvieron también como instrumentos de propaganda política. El caso más significativo se produjo durante el prolongado conflicto de la rebelión de los Países Bajos, y así por ejemplo un curioso ejemplar de 1587, (Figura 6) nos muestra en el anverso a un español de pie entre el hambre y la muerte (representada por un esqueleto) con la leyenda “MVLA.SUNT.MALA.IMPIORVU”, es decir, “muchas son las catástrofes entre los impíos”. Por el contrario en el otro lado figura un rico cuerno de la abundancia cargado de frutas, imagen de la prosperidad de la región, con la leyenda “QVI.DNO.FIDIT. BONITATE.EIVS.CIRCVM”, es decir, “el que tiene confianza en el Señor, será rodeado de su bondad”.


Figura 6.- Jetón holandés (Dordrecht ?) de 1587 (30 mm; 5,99 g.)

            Durante esta época, la guerra, el hambre y la peste amenazaban continuamente a la población en el sur de los Países Bajos dependientes de la corona española. En Brabante y Flandes el número de lobos había aumentado de tal forma, que incluso atacaban a las personas que se aventuraban fuera de la protección de los muros de la ciudad. Por el contrario en las provincias protestantes del norte, reinaba la prosperidad. En abril de ese mismo año, 600 navíos de Vlie se habían hecho a la mar con otros 200 de Meuse y Zelandia, en ruta hacia el este. El comercio marítimo aportaba una gran riqueza a estas regiones.

            Si bien en la actualidad la civilización occidental vive generalmente de espaldas a la muerte, durante muchos siglos la muerte era algo cotidiano y familiar ampliamente representado en las imágenes que han quedado grabadas en jetones y medallas.




sábado, 30 de septiembre de 2017

El tamaño sí importa.

El tamaño sí importa. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 62(1139) (Marzo 2006): pp. 52-53.

            El tamaño y peso de las monedas puede variar mucho, pero generalmente para facilitar su uso, suele estar comprendido entre unos márgenes relativamente pequeños. Por ejemplo en la actualidad la moneda metálica en curso varía entre los 25 mm de la pieza de dos euros y los16 mm de la moneda de un céntimo, con un peso que oscila entre los 8,52 gramos y los 2,32 gramos respectivamente. No hace mucho tiempo disponíamos todavía de una moneda aún más pequeña, la popular “lenteja” o peseta con un diámetro de 14 milímetros y un peso de poco más de medio gramo.

            Si bien la mayoría de los sistemas monetarios suelen presentar unos intervalos de tamaño y peso relativamente reducidos, ocasionalmente podemos encontrar monedas mucho más grandes o pequeñas, esto ocurría sobre todo cuando el valor intrínseco de la moneda era igual a su valor nominal (es decir que una moneda de metal precioso que pesa un gramo, valía igual -o sólo un poco menos-, que un gramo en lingote sin acuñar de ese metal). Esta equivalencia entre los valores intrínsecos y nominales se dio en las monedas acuñadas en las Edades Antigua y Media. A partir del siglo XVI y hasta el pasado siglo XX se desarrolló el numerario fiduciario, es decir monedas a las que la autoridad emisora asignaba un determinado valor que nada tenía que ver con la calidad y cantidad de metal que llevaban las propias monedas, sin embargo, los billetes emitidos conservaban todavía la capacidad de poder ser canjeados (a veces en teoría, más que en la práctica) por su valor en metal precioso (recordemos la frase de “el banco de España pagará al portador”, que llevaban los antiguos billetes).

            Uno de los primeros patrones monetarios surgió en la Grecia clásica, se trataba de un sistema basado en la moneda de plata denominada dracma, con numerosos múltiplos y divisores, desde los pesados decadracmas de más de 40 gramos de peso, hasta los diminutos “hemitetartemorions” como los que se acuñaron en Miletos de apenas una décima de gramo (Figura 1).

Sistema monetario de la Grecia clásica         Equivalencia en Moneda Fenicia (púnica)

Decadracma                            43 g.
Tetradracma                            17,2 g.
Didracma (estátera)                  8,6 g.                              Shekel
Dracma (6 óbolos)                    4,3 g.
Tetraóbolo                                 2,85 g.
Trióbolo (hemidracma)             2,15 g.                          1/4 Shekel
Dióbolo                                     1,43 g.
Trihemióbolo  (1,5 óbolos)       1,07 g.
Óbolo                                        0,72 g.
Tritartemorion (3/4 de óbolo)   0,54 g.                          1/16 Shekel
Hemióbolo                                0,36 g.
Trihemitartemorion (3/8)          0,27 g.
Tetartemorion (1/4 de óbolo)    0,18 g.
Hemitetartemorion (1/8)           0.09 g.


Figura 1.- Comparación de tamaños entre un gran decadracma de Siracusa y un pequeño hemitetartemorion.

            Las monedas más pequeñas generaban serios problemas de circulación, por una parte eran muy necesarias para realizar con ellas pequeñas compras cotidianas en las poblaciones urbanas, pero por otra parte, su pequeño tamaño dificultaba su utilización (se extraviaban con facilidad, literalmente se perdían entre los dedos), por este motivo algunas ciudades las sustituyeron por otras monedas de metales menos valiosos (aleaciones de cobre) pero de mayor tamaño, así surgió la “litra” y sus divisores en Sicilia.

            En el antiguo reino de Siam (actual Tailandia) se venían utilizando monedas de muy diferentes tipos, en el reino de Laan Chang se usaban lingotes de plata o vellón llamados “lengua de tigre” mientras en el norte del reino de Lanna, entre 1239 y 1564 se utilizaron como moneda unas piezas con aspecto de burbuja de latón y plata denominadas “boca de cerdo” posiblemente como recuerdo e imitación de las conchas utilizadas anteriormente como moneda, así como “brazaletes-moneda”. El monarca Ramkhamhaeng (1279-1298) introdujo las “monedas bala” o “bullet coins”, fabricadas a partir de una corta barrita de plata plegada, que les confiere una forma esférica. Durante seiscientos años se fabricaron numerosas monedas de este tipo en diferentes valores, desde las gigantescas piezas de 80 baths con un peso superior al kilogramo (entre 1185 y 1232 gramos), hasta las diminutas de 1/128 bath con un peso de 0,12 gramos. En la Figura 1 puede verse una pieza de un “att”, equivalente a 1/64 bath, emitido en el siglo XIX, comparado con una pieza actual de un céntimo de euro. 


Figura 2.- A la derecha de un céntimo de euro, a: pequeña “moneda bala” con valor de 1/64 de bath, acuñada por Rama IV de Siam, el popular monarca que inspiró las películas de “El rey y yo” y “Ana y el rey de Siam” y b: fracción de fanam de Vijayanagara (India, s. XV) de 2 milímetros de diámetro y 0,02 g. de peso.
Al fondo (c), la moneda de oro más grande, acuñada en el año 2007, con un valor de un millón de dólares y un peso de 100 Kg.

            La dificultad de fabricación de estas piezas (un artesano apenas podía fabricar unas 240 monedas al día), unido a las necesidades de moneda para revitalizar el comercio, llevaron al monarca Rama IV (1851-1868), a sustituirlas por la moneda redonda y plana convencional(1). Este singular personaje que se empeñó en la modernización del país, y que contó con el asesoramiento de la institutriz Ana Leonowens, ha sido inmortalizado en la literatura y en el cine (es el monarca que figura en las películas “El rey y yo” protagonizado por el actor Yul Brynner, o la más reciente adaptación de “Ana y el rey”, protagonizada por la actriz Jodie Foster en el papel de Anna).

            Sin embargo, y a nivel mundial, el “record” de moneda más pequeña lo ostentan unas piezas de oro acuñadas en el siglo XV en Vijayanagar, capital del último gran imperio indú entre los siglos XIV y XVII. Este imperio situado al sur de la India fue creado por Harihara I (1336-1357) y tuvo su apogeo a comienzos del siglo XVI, cuando la ciudad llegó a tener una población de más de medio millón de habitantes. Las monedas en cuestión tienen tan sólo un milímetro y medio de diámetro y pesan dos centésimas de gramo, en la Figura 2 podemos ver su tamaño comparado con una moneda actual de un céntimo de euro. ¿Por qué motivo se acuñaron monedas tan diminutas e incómodas?, de momento no tenemos contestación a esta pregunta, pero lo normal en estos casos hubiera sido acuñar monedas en metales menos valiosos (plata o bronce) que con un tamaño más adecuado, hubieran sido más prácticas de utilizar.

 (1) La moneda occidental era bien conocida en esta zona, donde habitualmente circulaban los reales de a ocho españoles acuñados en Méjico, aceptados como moneda por los comerciantes y banqueros. 



viernes, 1 de septiembre de 2017

Una guerra entre monedas: el "sanchete" navarro contra el "tornés" de Francia.

Una guerra entre monedas: el “sanchete” navarro contra el “tornés" de Francia. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 62(1145) (Octubre 2006): pp. 54-55.

Miguel Ibáñez Artica.

            El término popular de “sanchete” (Figura 1) surgió durante el reinado de Sancho VII para denominar la pequeña moneda de vellón o dinero acuñada por el monarca navarro(1). Sin embargo, cuando más se utilizó este término es durante los años siguientes de la dinastía champañesa, siendo sinónimo de “moneda Navarra”, de buena calidad, en comparación con la emitida por los reinos vecinos. Se da la circunstancia que en estas monedas emitidas a nombre de los monarcas Teobaldo I, Teobaldo II y Juana I, ya no figura el término “Sancho” al que alude la denominación popular de “sanchete”. Estos anacronismos resultan normales en numismática, así por ejemplo, muy pocos dineros o gruesos torneses se acuñaron realmente en Tours, o fueron muy pocos los dineros jaqueses que a lo largo de la historia se emitieron verdaderamente en la villa de Jaca.


Figura 1.- Primer documento donde se citan “70.000 sueldos de sanchetes”, fechado en 1198.
            En un artículo anterior(2) nos ocupamos de la transición acaecida en la moneda cuando en 1234 subió al trono de Navarra el conde de Champaña Teobaldo IV. Si bien es interesante estudiar las variaciones tipológicas de las diferentes emisiones monetarias, en realidad lo que resulta fundamental es conocer las posibles alteraciones en su calidad, que nos pueden ayudar a entender algunos aspectos importantes de la vida cotidiana de la época (aumento de precios o inflación, inestabilidad social…). En ocasiones encontramos monedas de tipos muy variados, pero que poseen la misma riqueza y contenido en metal precioso, mientras que en otros casos, monedas muy similares, que apenas difieren en algún pequeño detalle (a veces puntos o marcas secretas), presentan valores muy diferentes en su contenido en plata y nos aportan pistas sobre posibles estados de crisis, donde ante la carencia de plata, se recurría al truco de acuñar moneda de menor calidad, conservando su valor nominal. De esta forma se retiraba de la circulación una determinada cantidad de moneda y con ellas se fabricaba nuevamente una cantidad superior que permitía, al menos de momento, satisfacer las necesidades económicas de la corona. Estas alteraciones del valor de la moneda, que podemos calificar como “falsificaciones legales”, fueron muy frecuentes a lo largo de la Edad Media.

            La moneda de Sancho VII conservó la misma ley (contenido en plata) que la de su antecesor en el trono, Sancho VI “el Sabio”, pero redujo ligeramente su tamaño y peso. La ley se mantuvo cuaternal, es decir de un 33,33% en plata (cuatro dineros de plata por sueldo o doce dineros: 4/12), si bien en la práctica los análisis metalográficos realizados nos dan unos valores algo inferiores que rozan el 30%. Las emisiones de los monarcas de la casa de Champaña mantuvieron la ley (Figura 1), subiendo algo el tamaño y peso de la moneda, de manera que durante el reinado de Juana I (1274-1305) el dinero “sanchete” llevaba hasta un 20% más de plata que el que tenían las emisiones de Sancho VII (Figura 2).


Figura 2.-  a: Dinero y óbolo de Teobaldo I de Navarra; b: dinero y óbolo de Teobaldo II.

            Sin embargo, el matrimonio de la reina de Navarra con Felipe IV rey de Francia iba a complicar las cosas, al introducirse en el Reyno la moneda francesa, el dinero tornés, de una calidad algo inferior. Al principio la equivalencia oscilaba entre 1 sanchete = 1,11 o 1,23 torneses, pero las autoridades francesas enviadas a gobernar el reino de Navarra establecieron una equiparación entre ambas monedas, provocando las airadas protestas del pueblo, que culminaron en el trágico levantamiento en armas del burgo de la Navarrería de Pamplona y su posterior destrucción y saqueo a manos del ejército francés. A pesar de esta equiparación legal, en la documentación de la época siguen citándose expresamente los “sanchetes” y se procura evitar las citas concretas a otro numerario diferente, de forma que las referencias a “sanchetes y torneses mezclados” son relativamente escasas (Figura 3). 



Figura 3.- a: Dinero y óbolo “sanchete” de Juana II de Navarra; b: dinero y óbolo “tornés” de Felipe IV de Francia (rey consorte de Navarra).

            Entre 1305 y 1349 no se acuñó moneda en Navarra, por lo que el dinero tornés –de menor calidad- fue sustituyendo paulatinamente al “sanchete” navarro que aún circulaba, y que por su mayor valor fue atesorado desapareciendo de la circulación (Figuras 3 y 4). Se cumplió así la famosa ley de Gresham, que dice que “la mala moneda saca de la circulación a la buena”, especialmente si –como en este caso- ambas tienen el mismo valor nominal. La “guerra” entre el sanchete navarro y el tornés francés finalizó en los primeros años del reinado de Carlos II “el Malo”, con la aparición de un nuevo tipo monetario, el “carlín”, que no era sino una copia del antiguo dinero tornés, y cuya historia de sucesivas depreciaciones repetirá durante la segunda mitad del siglo XIV -incluso con mayor virulencia-, el proceso sufrido en Navarra durante el último cuarto del siglo XIII. 


Figura 4.- Tesorillo de “sanchetes” de Teobaldo II y Juana I, donde aparecieron también (parte derecha)  tres dineros torneses de Francia y un dinero castellano de Alfonso X. (Hallado en algún lugar indeterminado de Navarra hacia mediados del s. XX).


Notas:
(1) El primer documento original donde figura el término de “sanchete” aplicado a la moneda navarra, pertenece a Sancho VII y está fechado el 31 de diciembre de 1198, en él, el monarca navarro reconoce haber recibido de García, obispo de Pamplona, la suma de 70.000 sueldos de “sanchetes” (Archivo de la Catedral de Pamplona n. 399, Figura 1).

(2) Referencias bibliográficas:
Ibáñez, M., (1994), Sanchetes "versus" Torneses en la documentación medieval de los reinos de Navarra y Francia. Gaceta Numismática 115: 37-50.
Ibid., (2005), Modificaciones introducidas por la casa de Champaña (Francia) en la numismática navarra del siglo XIII. Eco Filat. y Numism. (Octubre 2005): 48-49.

Anexo:

Sanchetes "versus" Torneses en la documentación medieval de los reinos de Navarra y Francia. Gaceta Numismática 115: 37-50.
















martes, 1 de agosto de 2017

Jetones lombardos medievales con el escudo de Navarra.

Jetones lombardos medievales con el escudo de Navarra. Artículo publicado en: Eco Filatélico y Numismático 70(1240) (Mayo 2015): pp. 46-48.

Miguel Ibáñez Artica.

Denominamos “jetones” a las pequeñas fichas de cobre o latón utilizadas para realizar operaciones contables durante la Edad Media y comienzos de la Moderna, cuando los cálculos se realizaban utilizando manualmente este tipo de objetos, derivados de los “calculi” romanos. Estos jetones fueron introducidos en Navarra por la dinastía francesa, y los más antiguos, anepígrafos, se atribuyen a la reina Juana I tras su matrimonio con el rey de Francia Felipe IV en 1284. La primera vez donde vemos representado el escudo de Navarra en un objeto monetiforme es en un pequeño jetón donde aparece el escudo partido de Navarra/Champaña, rodeado por un círculo de 25 y 27  besantes respectivamente en anverso y reverso (Figura 1). Este escudo es similar al utilizado en el contrasello por los reyes navarros de la dinastía de Champaña, así como por Felipe el Hermoso, antes de que Juana I se convirtiera en reina de Francia en 1285 (Figura 2). Con posterioridad a esta fecha se incluye en el anverso el escudo de lises de Francia, conservando la figura del reverso (Navarra/Champaña) (Figura 3b). En ambos jetones los escudos están rodeados por una orla de besantes, característica de los jetones lombardos de los siglos XIII-XIV (Figura 4), y el segundo de ellos pudo pertenecer a algún personaje próximo a la casa real, como por ejemplo Cepperello Diotaiuti da Prato a quien encontramos en 1295 en Troyes como receptor de los ingresos de la dote de la reina de Navarra.


Figura 1.- Jetón con el escudo Navarra/Champaña.

Es bien conocida la importancia de los mercaderes y banqueros lombardos en las ferias de Champaña. En 1245 el monarca Teobaldo I de Navarra concedió nuevos privilegios a los mercaderes lombardos que acudían a estas ferias, e incluso conocemos los nombres de algunos de sus capitanes que operaban en dichas ferias. Resulta imposible determinar con exactitud la fecha de emisión del jetón que porta el escudo dimidiado de Navarra/Champaña, pero puede ser anterior al reinado de Juana I.

Figura 2.-
a.- Contrasello de Enrique I (1271-1274); b.- Contrasello de Juana I (1284-1285);
c.- Contrasello de Felipe el Hermoso (1284-1285).

Otro de estos tipos primitivos anepígrafos presenta en el anverso el escudo partido de Francia/Navarra y en el reverso las iniciales GIR (unas veces correctamente escritas: Fig. 5a, y otras en forma retrógrada: Fig. 5b). El primero fue descrito por Rouyer y Hucher en 1858, y el segundo por De la Tour en 1899. Mitchiner en 1988 interpreta las iniciales GIR como “Getz Ieanne Roinne”, y tradicionalmente se han asignado a la reina Juana I de Navarra (1274-1305), pudiendo ser emitidos tras la proclamación de su marido Felipe el Hermoso como rey de Francia en 1285. En fecha reciente hemos encontrado dos nuevos jetones relacionados con este tipo, el primero (Figura 5d) presenta en el anverso un escudo en zig-zag, dentro de un campo con puntos, y en el reverso un monograma formado por las letras G, I y R invertidas especularmente dentro de un campo de puntos. El segundo (Figura 5c), lleva en el anverso el escudo partido Francia/Navarra, dentro de un campo con puntos, donde el de Francia está representado por dos lises (mismo cuño que los ejemplares con monograma “GIR”), pero en el reverso presenta una llave dentro de gráfila de puntos en un campo con puntos, rodeado de 18 besantes. Los jetones que presentan imágenes de llaves suelen corresponder a la Cámara del tesoro real.


Figura 3.- a: Jetón sin escudo de Francia; b: Jetón posterior a 1285.


Figura 4.- Diferentes tipos de jetones “lombardos”. Siglos XIII-XIV.
a: Mateo di Guido; b: Franzesi; c: Lanfredini; d: Limonetti; e: Albizzi; f: Linaioli y Rigattieri (Florencia); g: Niccolini y Orlandi; h: Gherardi (Florencia); i: Bartoli y Gherardechi (Florencia); j: Balzana y Scala (Siena); k: Indeterminado (Florencia); l: Agli

No resulta extraño que un jetón de la cámara del tesoro en tiempos de Felipe IV de Francia sea de tipo “lombardo”, habida cuenta de la importancia de estos mercaderes y banqueros italianos en la corte del monarca. Sin embargo, conforme las necesidades de la corona fueron incrementándose, aumentó la presión fiscal sobre los lombardos que llegaron a sufrir un gran desprestigio social por su fama de usureros, de forma que en la literatura francesa medieval y moderna, el término de “lombardo” acabó utilizándose de forma peyorativa como sinónimo de usurero, tramposo y mala persona.


Figura 5.- Enlaces de cuños de jetones lombardos con escudo de Navarra y las iniciales “GIR”.

La denominación de “lombardo” se aplicaba a los italianos en general (procedentes de Toscana y Lombardía, pero también los de Amalfi, Milán, Pisa, Florencia, Génova, Venecia…), y a comienzos del siglo catorce había censadas en Francia 63 sociedades de lombardos. Cada una de ellas se designaba por el grupo familiar dominante, acuñándose jetones (“quarterouli”) con los emblemas de las familias más importantes en cada asociación. Estos jetones eran utilizados por todos los agentes de las compañías asociadas para realizar la contabilidad cotidiana, y aunque se conocen algunos de los emblemas utilizados, como el de los Franzesi –a cuya familia pertenecían los famosos Biche y Mouche- (Figura 4b), todavía quedan muchos sin identificar. 

A la vista de los nuevos ejemplares aparecidos, podemos interpretar la leyenda “GIR” como las iniciales utilizadas por algún personaje lombardo relacionado con la casa real que pudo llegar a actuar como tesorero de la reina Juana I de Navarra, que tuvo relación directa con lombardos como la familia Pulci que en 1301 adeudaba a la reina la cantidad de 5.500 libras.

Figura 6.- Mercader lombardo

Bibliografía:

Ibáñez, M., 2010. Jetones medievales navarros. Numisma 254: 107-175; 2012. Jetones medievales lombardos e ingleses con el escudo de Navarra. Numisma 256: pp. 115-126.